Septiembre suena a la hora de la verdad. España se inunda de ojos expectantes y asombrados, temerosos o ilusionados. Cobran vida infantil las arterias del asfalto rugiente, las que hasta ahora sólo acogían en sus trémulas mañanas estivales el sonido de los coches y de algunos camiones de reparto, además de los silentes viandantes presurosos hacia su trabajo. La algarabía irrumpe. Es un colorido concentrado de niños de primaria y de secundaria, que caminan cargados con su material didáctico a la espalda. Parecen enormes caparazones de tortuguitas incansables. Es a los padres a quienes se les dibuja en su rostro un alivio, tras el extenso período vacacional finalizado, prometiéndoselas más felices, un nuevo septiembre de violetas para desintoxicarse del asueto de los chicos que tanto suele absorberles.
Sin embargo, da comienzo un nuevo calvario: nuevos zapatos, nuevos uniformes, nuevos libros de texto, gastos de transporte y de comedor... siempre una carga extra en la economía familiar que nubla en parte todos su sueños de liberación. Las ciudades recobran, con la vuelta al 'cole', su pulso más dinámico y elocuente, el que dibuja tembloroso un incierto futuro para tantos educandos en una sociedad tambaleante entre recortes y carestía.