En política cualquier hecho informativo goza siempre de mayor relevancia que lo cultural, con apariencia más adusta. Aquí radica, sin embargo, el origen de la carestía. El periodismo le ha tomado la medida a la audiencia y ha sabido presentar las noticias políticas como un juego de ajedrez, casi siempre con la polémica de fondo. La noticias culturales son la pariente pobre, las relegadas, como para aburrir a la audiencia. Al mismo tiempo, las familias aspiran a una calidad de vida y a un bienestar que no va acorde a la separación de esos vasos comunicantes.
Una cuota de comprensión social es precisa en estos días de movimientos migratorios en Europa, los refugiados que huyen de la guerra. Los políticos están ojo avizor para aprovechar el caudal de simpatías que puede producir su supuesta solidaridad. Pero siempre hay que leer entre líneas. Quizás alguien perciba cómo la sociedad de hace seis meses sigue siendo la misma, a pesar de que hemos pasado del 'caloret' a un campo de batalla humano más agrio y desolado, en un tablero de ajedrez bastante estratégico y poco real o convincente. Entre unos y otros la mataron y ella sola se murió. No es esto lo que esperábamos, es decir, que todo siga igual con distintas denominaciones. Vivir de apariencias es perjudicial para un país tan vital pero vapuleado como lo está siendo hoy España.