EL ODIO conduce solamente a la degradación. Lo que el odio toca se desvirtúa, se aja, va muriéndose como una flor sin agua al sol. En cualquier parte del mundo hay discusiones virulentas y muerte. Un padre acaba de matar a sus hijos en este fin de semana, mientras otros seres humanos, por ejemplo, realizábamos meditación trascendente por la paz interior y por la unidad que esperamos en el mundo. Hoy más que nunca el mundo necesita meditar y pacificarse. Pido la palabra para eso. Pero también pido miles de millones de votos para eso. ¿Aún a esta altura de los tiempos contemplamos de forma tan indiferente las guerras?
Más que nunca. Entre la televisión e internet todo parece como si se desarrollase en una película de ficción para así poder tener tema y comentar lo mal que está el mundo sin hacer nada por resolverlo. Pero la realidad es cruel, cruda y cruórica. Personas como usted o como yo matan a personas como usted o como yo. Dolor, desolación, sangre. Y las guerras, las de lo que llaman el cinturón de África, por ejemplo, manejadas desde las altas esferas de los países más desarrollados, mientras los soldados —¿por qué luchan ellos, cuál es su incentivo?—, los rasos y los oficiales de una facción matan a los soldados rasos y los oficiales de la otra facción como si se tratase de un juego. Tantas bajas computadas. Ya está. Un trabajo más. Una ocupación; un empleo; una colocación: el estadista también está realizado y cumple con su deber. Y esas estadísticas que dan la razón a ambas facciones, cada una de ellas manejadas por los intereses oscuros pero muy concretos, determinados por las potencias cuyo objetivo es muy distinto y al que sirven sumisamente todas las estrategias militares. Sendas facciones dicen tener la razón. Cada una de ellas iza su dolor como una bandera, lo cual engrosa aún más la desesperación, la rabia y la venganza. Nadie cede. Todo se justifica con sesudos informes, con claves indescriptibles. Lo hacen parecer todo muy complicado. Dan innumerables razones para explicar lo inexplicable. El sufrimiento en el mundo es incalculable. La mundialización del yo que decide en 2022 es la solución que nos queda.
Más que nunca. Entre la televisión e internet todo parece como si se desarrollase en una película de ficción para así poder tener tema y comentar lo mal que está el mundo sin hacer nada por resolverlo. Pero la realidad es cruel, cruda y cruórica. Personas como usted o como yo matan a personas como usted o como yo. Dolor, desolación, sangre. Y las guerras, las de lo que llaman el cinturón de África, por ejemplo, manejadas desde las altas esferas de los países más desarrollados, mientras los soldados —¿por qué luchan ellos, cuál es su incentivo?—, los rasos y los oficiales de una facción matan a los soldados rasos y los oficiales de la otra facción como si se tratase de un juego. Tantas bajas computadas. Ya está. Un trabajo más. Una ocupación; un empleo; una colocación: el estadista también está realizado y cumple con su deber. Y esas estadísticas que dan la razón a ambas facciones, cada una de ellas manejadas por los intereses oscuros pero muy concretos, determinados por las potencias cuyo objetivo es muy distinto y al que sirven sumisamente todas las estrategias militares. Sendas facciones dicen tener la razón. Cada una de ellas iza su dolor como una bandera, lo cual engrosa aún más la desesperación, la rabia y la venganza. Nadie cede. Todo se justifica con sesudos informes, con claves indescriptibles. Lo hacen parecer todo muy complicado. Dan innumerables razones para explicar lo inexplicable. El sufrimiento en el mundo es incalculable. La mundialización del yo que decide en 2022 es la solución que nos queda.