NO ES tan fácil llamar a las cosas por su nombre. Al menos, a veces. Lo ideal es que las acepciones se ajustasen lo más posible a la realidad para vivir con la calidad que corresponde. Pero estamos atravesando tales crudezas y desazones que preferimos suavizar rigores, edulcorar asperezas, ocultar lo grotesco, disimular lo agrio, lo chapucero, engañándonos a nosotros mismos. Como si así el perjuicio fuese menor. ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? Llamemos subdesarrollo al paro; despilfarro, a la deuda pública; supresión, a los ajustes o recortes; expolio, a los impuestos; soborno, a esas raras subvenciones o extrañas donaciones. ¿Por qué lo llaman democracia cuando quieren decir demagogia? ¿Por qué lo llaman información cuando quieren decir propaganda? ¿Por qué lo llaman justicia cuando quieren decir privilegio, impunidad, ajustes de cuentas? ¿Por qué lo llaman estado de derecho si la ley ya no es igual para todos? ¿Por qué lo llaman corrupción como si fuera algo genérico, un mal difuso inherente a la política, si es tropelía a trochemoche, robo descarado, atraco homicida, latrocino a espuertas? ¿Por qué lo llaman interrupción de la maternidad si quieren decir aborto asesino?
La mixtificación forma parte de la vida cotidiana. Hay quien suele presentar de distintas maneras su visión de la realidad según el receptor al que se dirija. Y hay quien vive las veinticuatro horas del día regodeándose en la hipocresía. También quien, por determinadas situaciones, se ve obligado a asumir una actitud de tipo hipócrita, caso en el que podríamos encuadrar a aquellas personas que por cuestiones de fuerza mayor, por ejemplo, para conservar un trabajo, se ven conminados a situaciones que no coinciden con sus auténticos valores. Si somos sinceros, es difícil concebir al ser humano carente de una absoluta hipocresía. El mismo hecho de que seamos finitos también nos hace influenciables y contradictorios. La hipocresía forma parte de nuestra vida, como auxilio, como protección o como excusa; pero lo sano es no estar subyugados por ella.
La mixtificación forma parte de la vida cotidiana. Hay quien suele presentar de distintas maneras su visión de la realidad según el receptor al que se dirija. Y hay quien vive las veinticuatro horas del día regodeándose en la hipocresía. También quien, por determinadas situaciones, se ve obligado a asumir una actitud de tipo hipócrita, caso en el que podríamos encuadrar a aquellas personas que por cuestiones de fuerza mayor, por ejemplo, para conservar un trabajo, se ven conminados a situaciones que no coinciden con sus auténticos valores. Si somos sinceros, es difícil concebir al ser humano carente de una absoluta hipocresía. El mismo hecho de que seamos finitos también nos hace influenciables y contradictorios. La hipocresía forma parte de nuestra vida, como auxilio, como protección o como excusa; pero lo sano es no estar subyugados por ella.