LO PEOR de muchas noticias del mundo es que conviven tan natural y mostrencamente en las sociedades que configuran una miscelánea difusa que las normaliza. Leer que el atentado a las Torres Gemelas era necesario o justificar a radicales que cometen atentados lógicamente hace sonar alarmas y polémica mediática.
Nos congratulamos del desmantelamiento de redes mafiosas que captan y envían yihadistas para su integración en la organización terrorista Estado Islámico de Irak y que luego envían a Siria e Irak, entrenados en distintos puntos de Europa y también en España. La característica principal de estos reclutamientos es propia de sectas, con amenaza intrínseca: la convicción personal hasta el punto de morir por ella, ya que serán premiados en el cielo con doncellas y placeres, por ejemplo.
El fanatismo religioso es hoy un arma camuflada en el factor sorpresa más aniquilador y envenenado, fervor muy bien manejado por mensajeros y mediadores. Ese peligro es tan fácil como apretar el percutor de una metralleta, masacrar niños como mosquitos, usar a Dios y esa arrogancia que provoca creernos poseedores de la verdad absoluta que lleva a una actitud de exclusivismo, triunfalismo y superioridad y que se expande con la captación de adeptos para subyugar luego a todos los demás, sometiéndoles a sus postulados.
La prepotencia, el menosprecio y la intolerancia han sido históricamente la mecha encendida de persecuciones, atentados y exterminación del ser humano. Frente a esta postura está la que se basa en el consenso y en el entendimiento entre personas razonables que pueden mantener un desacuerdo en muchos temas pero siempre capaces de reconocer que solo algunos muy claves merecen el entusiasmo defensor resuelto. Tolerar errores menores y evitar la confrontación combativa que aporta males mayores.
Cuando los medios de comunicación usan tintes fundamentalistas y preponderan el hiperrealismo de escenarios concretos están colaborando en contra de la unidad mundial.
Nos congratulamos del desmantelamiento de redes mafiosas que captan y envían yihadistas para su integración en la organización terrorista Estado Islámico de Irak y que luego envían a Siria e Irak, entrenados en distintos puntos de Europa y también en España. La característica principal de estos reclutamientos es propia de sectas, con amenaza intrínseca: la convicción personal hasta el punto de morir por ella, ya que serán premiados en el cielo con doncellas y placeres, por ejemplo.
El fanatismo religioso es hoy un arma camuflada en el factor sorpresa más aniquilador y envenenado, fervor muy bien manejado por mensajeros y mediadores. Ese peligro es tan fácil como apretar el percutor de una metralleta, masacrar niños como mosquitos, usar a Dios y esa arrogancia que provoca creernos poseedores de la verdad absoluta que lleva a una actitud de exclusivismo, triunfalismo y superioridad y que se expande con la captación de adeptos para subyugar luego a todos los demás, sometiéndoles a sus postulados.
La prepotencia, el menosprecio y la intolerancia han sido históricamente la mecha encendida de persecuciones, atentados y exterminación del ser humano. Frente a esta postura está la que se basa en el consenso y en el entendimiento entre personas razonables que pueden mantener un desacuerdo en muchos temas pero siempre capaces de reconocer que solo algunos muy claves merecen el entusiasmo defensor resuelto. Tolerar errores menores y evitar la confrontación combativa que aporta males mayores.
Cuando los medios de comunicación usan tintes fundamentalistas y preponderan el hiperrealismo de escenarios concretos están colaborando en contra de la unidad mundial.