LA DIVULGACIÓN de los espionajes de grandes potencias y la demostración de que los secretos de Estado ya no están tan a salvo son ventajas para la población. Quizá a nivel diplomático se dé por sentado que tal situación hace a un país como el nuestro de menor entidad, una colonia de EE UU, pero eso es desviar la atención sobre el gran avance que supone para las libertades individuales. La supuesta indefensión de los gobiernos ante el derecho de transpariencia política en las sociedades democráticas ha levantado la gran controversia con los últimos casos que dejan en evidencia a los servicios de inteligencia españoles, pero también ridiculizan a la CIA porque es una pescadilla que se muerde la cola.
La soberanía de los pueblos merece el coste que supone la claridad. Se ha demostrado que se espían gobiernos, que se dejan espiar y que contribuyen, entre unos y otros, a guardar información privilegiada. La lucha por la hegemonía en el mundo consiste en tener más información que los otros. Cuando esto queda desvelado públicamente la situación parece bochornosa. El acceso a las primicias y a la información avanzada es un poder, pero también es un derecho la libertad de opinión, expresión y divulgación. Si queremos conseguir un mundo mejor debemos compartir no solo la riqueza y el trabajo, sino también la transparencia y la coherencia en las actuaciones. Julian Assange levantó una polvareda inaudita y le siguió el joven extécnico de la CIA, Edward Snowden, quien se ha alzado como abanderado de la libertad de circulación de informaciones en el mundo, encaminándolo hacia la configuración de un nuevo sistema global que convertirá en inofensiva cualquier divulgación de los secretos de Estado, porque siempre estarían basados en el favorecimiento de la individualidad. Si hay secreto hay favoritismo es, al fin y al cabo, la idea que se está fraguando como más puntera en la sociedad actual, lo cual da miedo a los poderosos. Pero no es más que otro mensaje de los cambios necesarios en la humanidad. Algo que tenía que ocurrir.
La soberanía de los pueblos merece el coste que supone la claridad. Se ha demostrado que se espían gobiernos, que se dejan espiar y que contribuyen, entre unos y otros, a guardar información privilegiada. La lucha por la hegemonía en el mundo consiste en tener más información que los otros. Cuando esto queda desvelado públicamente la situación parece bochornosa. El acceso a las primicias y a la información avanzada es un poder, pero también es un derecho la libertad de opinión, expresión y divulgación. Si queremos conseguir un mundo mejor debemos compartir no solo la riqueza y el trabajo, sino también la transparencia y la coherencia en las actuaciones. Julian Assange levantó una polvareda inaudita y le siguió el joven extécnico de la CIA, Edward Snowden, quien se ha alzado como abanderado de la libertad de circulación de informaciones en el mundo, encaminándolo hacia la configuración de un nuevo sistema global que convertirá en inofensiva cualquier divulgación de los secretos de Estado, porque siempre estarían basados en el favorecimiento de la individualidad. Si hay secreto hay favoritismo es, al fin y al cabo, la idea que se está fraguando como más puntera en la sociedad actual, lo cual da miedo a los poderosos. Pero no es más que otro mensaje de los cambios necesarios en la humanidad. Algo que tenía que ocurrir.