VIVIMOS LOS últimos coletazos de un sistema caduco cuyos miedo e incertidumbre provocan casos de esquilmación, latrocinio y estafa de personas como Jordi Pujol (con el acopio de comisiones ilegales) o de organizaciones como Caixa Cataluña (con el engaño de las preferentes y la deuda subordinada). Corremos el riesgo de que, como reacción, se pretenda súper globalizar la economía haciéndonos creer, por ejemplo, que nuevas imposiciones artificiales de las grandes potencias nos van a salvar.
La auténtica economía postmoderna desecharía la especulación. Mientras no apliquen este concepto los bancos internacionales, jamás cesarán los bandazos; y las sorpresas bursátiles harán tambalear a grandes alianzas finacieras. El dinero debe estar al servicio del ser humano y jamás al revés. Que no nos engañen ni nos quieran hacer sentir que todo es muy complicado. Lo que se suele entender por globalización, erróneamente, está favoreciendo la desigualdad entre los países asentados económicamente y los que mantienen una deuda con algunos de ellos. Justo ahí el término ha corrompido su sentido: la ecuanimidad global entre los seres humanos.
¿Por qué lo llaman globalización cuando quieren decir predominio? La solidaridad empieza por los demás, no por uno mismo como suelen decir. Porque el futuro del mundo es tema de todos que, si no acudimos a una, más difícilmente se dará esa equidad mundial que es precisa hoy en día. Si uno mismo aún no está preparado para contribuir en favor de una humanidad fraterna, ha de hacerlo del mismo modo porque la propia sociedad de su entorno le impelerá, le apelará y le proporcionará todo aquello que le falte, restaurando de forma natural las carencias. No se trata de aceptar la miseria de ciertos países ni de asumir una glorificación sentimental de la pobreza, sino de servir primero a quienes sufren, privilegiar a las sociedades más deprimidas y comenzar una nueva vida en la que nadie padezca por enfermedad curable ni muera de inanición ni por falta de medios.
La auténtica economía postmoderna desecharía la especulación. Mientras no apliquen este concepto los bancos internacionales, jamás cesarán los bandazos; y las sorpresas bursátiles harán tambalear a grandes alianzas finacieras. El dinero debe estar al servicio del ser humano y jamás al revés. Que no nos engañen ni nos quieran hacer sentir que todo es muy complicado. Lo que se suele entender por globalización, erróneamente, está favoreciendo la desigualdad entre los países asentados económicamente y los que mantienen una deuda con algunos de ellos. Justo ahí el término ha corrompido su sentido: la ecuanimidad global entre los seres humanos.
¿Por qué lo llaman globalización cuando quieren decir predominio? La solidaridad empieza por los demás, no por uno mismo como suelen decir. Porque el futuro del mundo es tema de todos que, si no acudimos a una, más difícilmente se dará esa equidad mundial que es precisa hoy en día. Si uno mismo aún no está preparado para contribuir en favor de una humanidad fraterna, ha de hacerlo del mismo modo porque la propia sociedad de su entorno le impelerá, le apelará y le proporcionará todo aquello que le falte, restaurando de forma natural las carencias. No se trata de aceptar la miseria de ciertos países ni de asumir una glorificación sentimental de la pobreza, sino de servir primero a quienes sufren, privilegiar a las sociedades más deprimidas y comenzar una nueva vida en la que nadie padezca por enfermedad curable ni muera de inanición ni por falta de medios.