LA INFLUENCIA artística y social de David Bowie en los últimos tres lustros puede reseñarse hasta en los mercados, porque su ingenio financiero también ha dado que hablar. En 1997, el cantante, compositor y actor recibió 55 millones de dólares por la venta de bonos garantizados con ingresos futuros de su catálogo de álbumes, algo único hasta entonces, una titulización primigenia fruto del carácter arriesgado de una persona polifacética y camaleónica como él.
A pesar de la amenaza que la industria musical empezó a percibir en 2004 por el avance de las descargas a través de Internet, los inversores recuperaron su dinero en tiempo y forma. Según la Universidad de Santa Clara (California), fue la primera titulización de los royalties de un artista, y confirmó en los mercados que cualquier valor es negociable y que un activo que genere ingresos puede dividir su deuda en partes y venderse entre inversores.
Esta forma de financiación se desbordó en el decenio 2000-2010 y se cebó en el sector hipotecario, que recibió el primer impacto del torrente de la crisis cuyo inicio se puede fijar en 2007. David Bowie habría sido quien con su gesto original en esta innovación financiera abriese esas compuertas; según Evan Davis, uno de los principales periodistas de la BBC, en un artículo de 2009 le acusaba de ello, de que David Bowie tuvo el ojo de titulizar el activo de que disponía y de su supuesta responsabilidad de lo que ahora ocurre en la macroeconomía.
Su operación financiera dejó huella en los mercados y marcó su nuevo rumbo basado en productos poco tangibles, aunque partan de bases cotizables. Para mí fue un simple visionario del mismo modo que juegan los avezados en esta lid con cifras ficticias en un ordenador y con dinero que no está sobre la mesa, aunque la fama y los seguidores de Bowie avalasen los muy probables (y al fin certeros) beneficios. Pero este desencaje es precisamente lo que desnivela la equidad mundial y lo que se debería corregir porque la mayoría de los grandes negocios del mundo tienen en la especulación su mayor baza. Y esto choca frontalmente contra la distribución justa de la riqueza, sin menospreciar una libertad comedida y regulada de acción financiera.
A pesar de la amenaza que la industria musical empezó a percibir en 2004 por el avance de las descargas a través de Internet, los inversores recuperaron su dinero en tiempo y forma. Según la Universidad de Santa Clara (California), fue la primera titulización de los royalties de un artista, y confirmó en los mercados que cualquier valor es negociable y que un activo que genere ingresos puede dividir su deuda en partes y venderse entre inversores.
Esta forma de financiación se desbordó en el decenio 2000-2010 y se cebó en el sector hipotecario, que recibió el primer impacto del torrente de la crisis cuyo inicio se puede fijar en 2007. David Bowie habría sido quien con su gesto original en esta innovación financiera abriese esas compuertas; según Evan Davis, uno de los principales periodistas de la BBC, en un artículo de 2009 le acusaba de ello, de que David Bowie tuvo el ojo de titulizar el activo de que disponía y de su supuesta responsabilidad de lo que ahora ocurre en la macroeconomía.
Su operación financiera dejó huella en los mercados y marcó su nuevo rumbo basado en productos poco tangibles, aunque partan de bases cotizables. Para mí fue un simple visionario del mismo modo que juegan los avezados en esta lid con cifras ficticias en un ordenador y con dinero que no está sobre la mesa, aunque la fama y los seguidores de Bowie avalasen los muy probables (y al fin certeros) beneficios. Pero este desencaje es precisamente lo que desnivela la equidad mundial y lo que se debería corregir porque la mayoría de los grandes negocios del mundo tienen en la especulación su mayor baza. Y esto choca frontalmente contra la distribución justa de la riqueza, sin menospreciar una libertad comedida y regulada de acción financiera.