POR FIN han detenido al presunto pederasta de Ciudad Lineal. El bombo y platillo de las autoridades está siendo apoteósico, resaltando las altas capacidades del probable y atroz delincuente para burlar a la policía y camuflarse. Todo un experto, al parecer. Creo que se debe más bien para justificar la tardanza en su captura. Este enemigo público debería estar muy preparado para haberse deslizado así sin ser descubierto en sus tropelías durante tanto tiempo.
Se supone que la infancia está protegida. En el último congreso internacional sobre el tema se ha asegurado que los niños no solamente tienen derecho a la salud, la nutrición y la educación, sino también a la protección, a no ser objeto de violencia y explotación en un entorno seguro y confiable. Esto —que parece obvio— no se cumple tanto como creemos. Conozco una mujer con un hijo cuya custodia la tiene su ex marido y al cual paga la pensión alimenticia y, sin embargo, este procura por todos los medios impedir cualquier contacto entre ambos hasta el punto de que ella, por ejemplo, tiene que felicitarle el cumpleaños en la verja del colegio unos instantes (o enviarle un burofax) e incluso es amenazada por el progenitor con una orden de alejamiento de su propio hijo precisamente por este motivo, acercarse a darle un beso cuando entra su vástago en el centro escolar. Increíble pero cierto.
Para que se desarrolle la personalidad de esos locos bajitos —como se refiere Joan Manuel Serrat a nuestros humanos chiquitos, siempre inquietos y curiosos, preguntones e ingeniosos— se precisa plenitud y armonía, y por tanto la constante presencia de ambas figuras, la madre y el padre, creciendo en un ambiente familiar distendido y en una atmósfera de alegría, amor y comprensión, sin percibir odio alguno entre quienes ellos ven como sus mayores protectores y garantes de su felicidad. Sin embargo, en casos como el citado o en otras muchas situaciones —con excesivos intereses adultos— algo que parece tan sencillo no se cumple en absoluto por el egoísmo ciego y el devenir acomodaticio de la sociedad.
Se supone que la infancia está protegida. En el último congreso internacional sobre el tema se ha asegurado que los niños no solamente tienen derecho a la salud, la nutrición y la educación, sino también a la protección, a no ser objeto de violencia y explotación en un entorno seguro y confiable. Esto —que parece obvio— no se cumple tanto como creemos. Conozco una mujer con un hijo cuya custodia la tiene su ex marido y al cual paga la pensión alimenticia y, sin embargo, este procura por todos los medios impedir cualquier contacto entre ambos hasta el punto de que ella, por ejemplo, tiene que felicitarle el cumpleaños en la verja del colegio unos instantes (o enviarle un burofax) e incluso es amenazada por el progenitor con una orden de alejamiento de su propio hijo precisamente por este motivo, acercarse a darle un beso cuando entra su vástago en el centro escolar. Increíble pero cierto.
Para que se desarrolle la personalidad de esos locos bajitos —como se refiere Joan Manuel Serrat a nuestros humanos chiquitos, siempre inquietos y curiosos, preguntones e ingeniosos— se precisa plenitud y armonía, y por tanto la constante presencia de ambas figuras, la madre y el padre, creciendo en un ambiente familiar distendido y en una atmósfera de alegría, amor y comprensión, sin percibir odio alguno entre quienes ellos ven como sus mayores protectores y garantes de su felicidad. Sin embargo, en casos como el citado o en otras muchas situaciones —con excesivos intereses adultos— algo que parece tan sencillo no se cumple en absoluto por el egoísmo ciego y el devenir acomodaticio de la sociedad.