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EL NUEVO programa de estudios universitarios divide la carrera media en tres años académicos y dos de másteres. La clave de ciertas discrepancias estriba en que las fases de perfeccionamiento son de pago y, a menudo, caras y sin becas. Con lo cual se sobrentiende que no hay igualdad de oportunidades porque los discípulos pudientes tendrán más amplias posibilidades de ingresar en ese período definitorio. ¿Rompe el principio de igualdad de oportunidades y de competitividad? Hay quienes ni siquiera podrán competir. También dentro de esa afortunada clase que podrá permitirse los estudios habrá muchos que se den cuenta de que, en el fondo, la competitividad no tiene sentido sino dentro de unas reglas. Se puede competir cuando se corre en el mismo estadio, cada uno en su pista y hacia la misma meta. Quien corra en sentido contrario no solo será calificado de pirado, sino que entorpecerá a los demás. Si los jueces hiciesen la vista gorda o no se percatasen, tal perturbador de la carrera podría hasta ganar, con la muy alta probabilidad de que en las próximas pruebas otros corran como él lo hacía. Según un aforismo popular, "cuando los locos seamos más, los locos serán ellos". Parece democrático. La persona de veras creativa y original está por encima de reglas y pretende llegar a la superación sin seguirlas. El creativo corre en otro estadio, casi siempre solo. No compite con nadie, salvo consigo mismo. Si luego no consigue homologar su marca puede pasarlo muy mal hasta que alguien le descubra. O permanecer perdido en la ignorancia social para siempre. Y el reconocimiento es muy importante para el desarrollo diario y práctico de la vida. Un artista, un profesional liberal o similar lo son justo desde el momento en que la sociedad les valora o adquiere sus obras o servicios; y es la misma sociedad la que les aplica su marchamo. La precariedad laboral de hoy proviene de un sistema en descomposición que arrasa talentos, capacidades y habilidades sin miramientos, favoreciendo intereses creados que le parecen más afines para subsistir.
LAS INJUSTICIAS hoy son tan terribles como en el medievo. Ya cuatro años de guerra en Siria, con un balance de más de 220.000 personas muertas, 8.500 de ellas, niños. Ocho millones de refugiados abandonaron su hogar asentándose en campos 'ad hoc' que están al límite. Las donaciones apenas alcanzan y son numerosos los niños sin acceso a la educación. Particularmente colaboro con Acnur, la agencia de la Onu para este tema, pero en general estamos anestesiados ante un amplio panorama desolador. Asesinatos de mujeres (violencia de género); suicidios por desahucios —en España algunos, deliberadamente tapados— y por falta de cobertura económica; represión y leyes contra las manifestaciones pacíficas para reclamar situaciones y derechos, prisión preventiva para conflictivos por estar en la calle o por perturbar a políticos (ley 'mordaza' española); exterminación, ultraje y feminicidios en México (la ciudad más temible, Juárez); decapitaciones por fundamentalismos; asesinatos en Brasil, genocidios en Ucrania; hambruna en el tercer mundo... Son ejemplos del grueso actual de tropelías sociales. Lo peor es que en nuestra vida cotidiana nos cerca el sistema actual de Estados como el nuestro y nos cierran los oídos y los ojos a la solidaridad. Es sutil e imperceptible; ahí radica el truco, mientras nos siguen consolando con pan y circo como en la época de los romanos, llámese hoy fútbol, fallas, televisión y prensa mediatizada. Los problemas humanos globales se desenfocan y se desvirtúan, cuando no se ahogan e, incluso, cada cual, leal a su educación recibida —lamentablemente orientada, según cada ideología gobernante— se autocensura en estas miras. De una forma u otra nos han enseñado a hacer una fortificación del sufrimiento ajeno y, al tiempo, del propio. Como decía Frida Kahlo, "amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior". Me entristecen estas murallas individuales en las que el gran poder se asienta y medra.
CUIDARSE PUEDE ser fácil, si se toman unas pautas no siempre basadas en los medicamentos y en la medicina tradicional: un poco de ejercicio, integrar frutas y verduras en una dieta frugal, y proponerse tomar remedios naturales no agresivos. La mayoría de las enfermedades vienen por abusos —las degenerativas— o son un esfuerzo del organismo por liberarse de una carga tóxica, en la mayor parte de los casos. Saber que la leche de alpiste, por ejemplo, combate el colesterol y es un potente medio para eliminar grasa en las arterias hace que me pregunte por qué los médicos convencionales no la recetan y, en cambio, sí medicamentos con tantos efectos secundarios. Evitemos lo que envejece y fortalezcamos lo que mantiene joven al organismo. La sangre se renueva constantemente y puede ser cada vez más fresca y potente, con mayores cualidades; es nuestro combustible y deberíamos ser educados desde el principio con estas ideas. Precisamente cuando se habla de educación, pienso que en mi generación se utilizó para mantenernos disciplinados y poco molestos. Ha llegado esta altura de los tiempos en la que se valora de otra forma —más cualitativa— y, también, una cierta rebeldía para ausentar el inmovilismo que provocó aquella derechona y tácita proclama provinciana que no era ni más ni menos que nada perturbase lo instituido, lo autorizado. Han cambiado los tiempos, como digo, pero se puede pecar también de equivocar los términos. La educación que use de ciertas formas convencionales, discretas, que trate con deferencia a los semejantes no debe tener la connotación de reaccionaria, ni mucho menos de debilidad. Al contrario, es el gran respeto preciso hoy para el progreso. Y este se da cuando se es pulcro con el mismo idioma, la sangre que mueve lo social. Decía un poeta como Luis Rosales que el idioma es nuestra patria. Quien no ha aprendido bien su lengua no ha aprendido a vivir; quien habla mal, vive a traspiés. Cuidar nuestro cuerpo y nuestro idioma es toda una aportación personal y un gran avance que podemos profesar a la sociedad.
VIVIR LAS fallas de Valencia ya es, en su mismo preludio, sentir el gozo de sufrir. Porque las fallas son destrucción. Es un tema visual y auditivo. Los petardos están a la orden del día y las llamas se merendarán las preciosas esculturas que están erigiendo en las calles. Asisto al montaje y quizá me dé cierto pudor observar las entrañas de las estrucutras, las grúas y los preparativos de los artesanos que crean las gigantescas figuras cargadas de crítica y burla hacia la historia reciente de la vida pública. Las mascletàs diarias, en el centro de la capital, son ya un impactante anticipo. Te introduces en medio del gentío y lo notas palpitar al unísono, mientras el sonido de los artificios pirotécnicos es ascendente y penetrante, junto a la música del terruño. Llegas a experimentar probablemente ese estado de los púgiles que quedan sonados y que oyen un timbre, por ejemplo, o un teléfono, y se ponen en guardia como acto reflejo. Eso les pasa. En todos los deportes se dice, se juega a esto, a aquello, menos en el boxeo. En las prefallas, en estas mascletás en el centro de la capital, tampoco se juega, sino que tu cuerpo se alerta y se prepara para la defensa. Te pueden reventar los tímpanos. A mí, aparte, como a tantos, me emocionan. El subidón es palpable y quedas sonado como los boxeadores; al menos, momentáneamente. Hoy, además, una joven que estaba a mi lado dijo que era demasiado fuerte el ruido y acabó deslizándose en mis brazos, desmayada por el tronío final, que es tan potente que la sangre corre a una velocidad estrepitosa para defender al organismo, dejándote sin sentido... como en esta ocasión. Enseguida se levantaron numerosas manos y el servicio sanitario se abrió paso entre la apretada muchedumbre y se llevó a la chiquilla que, la verdad, estaba lívida, vencida por el impactante ruido. También se puede morir de pirotecnia, por los decibelios que llega a producir. Yo he llorado, sin embargo, de emoción por las dos cosas: ver como puede irse la vida por los oídos y —atrapados los míos y los de todos los presentes por tanta seducción sonora— cuando gritan y aplauden con tanto fervor a tu lado... y tantos.
SE ACABA de celebrar el día internacional de la Mujer y, lógicamente, se preconizan las conquistas sociales femeninas, su equiparación con los derechos del hombre y poder ejercer ya profesiones antes impensables para ellas, junto a tantos aspectos en los que históricamente han estado relegadas, yendo un paso al menos por detrás de los varones. Sin embargo, pienso que se está dando la vuelta a la tortilla y que la sociedad actual puede llegar a comportarse de forma matriarcal. ¿Por qué? Porque suelen ser más inteligentes las mujeres que los hombres, no en vano se alaba la famosa intuición femenina; porque hoy por hoy cada vez hay más leyes de protección a la mujer (muy justificables, pero desnivelan su poder) y por otra razón: son siempre más hermosas, incluso si son feas. Es casi una insinuación supersticiosa apreciar un lado malvado, diabólico y a veces profético en las mujeres excesivamente bellas. En la antigüedad, se las consideraba brujas; muchas, condenadas a la hoguera; o en el extremo opuesto, semidiosas, sibilas. El hombre es proclive a cierta subyugación (depende del grado de fortaleza y de entrenamiento de cada cual) por la belleza de las mujeres. Siempre se dijo que tiran más dos tetas que dos carretas —entre los heterosexuales, claro, aunque es trasladable a las distintas prácticas de vida y sexualidad— y un hombre enamorado es más vulnerable que una mujer en la misma situación porque se entrega por completo en su mismo amor y llega un momento en que solo es reflejo de sí mismo cuando mira a su amada. Las sonrisas del rostro amado son varas de medir las acciones; la entrega en la adoración es desmedida para el hombre y la mujer sabe controlarla más —incluso enamorada— dosificándola. Y la instrumentaliza, quizá porque ha tenido que arreglárselas de otra forma a lo largo de los tiempos. Es la gan habilidad de casi todas las mujeres junto con la indiferencia, un ingrediente más, a usar en el momento adecuado. Las mejores espías de la historia han sido las mujeres amantes. Pueden tacharme —yo qué sé— de machista, de trasnochado, pero cuidado con un matriarcado integral: abundará el macho dominado, como antes las hembras. Y tampoco es eso.
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