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BALCÓN DE balbuceos, antiguo libro mío, creación juvenil cuya edición está agotada desde inmemorial tiempo, es más que un pasatiempo que veces retoco, reescribo. Me gusta reconstruir y rescatar lo que algún día escribí pensando en el mundo, en la gente, en la vida. Ya no es, lógicamente, la misma época, aquella década de los ochenta, pero el manuscrito me revela que ya entonces buscaba el cambio en el mundo. Un manojo de textos que se puede calificar de atemporal —constato— junto a añadidos de la actualidad así mismo atemporales y que mantienen esa aspiración a la eternidad de la juventud, sensación que producen la miscelánea de sueños y nostalgia. Una obra que es una evocación vintage —tan de moda hoy— pero aún más: una clave de subsistencia para cualquier lector. Recuperar objetos o accesorios de calidad que presentan cierta edad y que no se pueden aún catalogar como antigüedades es esta afición con término inglés que suele designar instrumentos de todo tipo, automóviles, libros, fotografías e, incluso, prendas o accesorios de vestir. Existen ya diversas tiendas especializadas. En mi libro, el quid es conservar el encanto del contenido poético personalísimo y el aspecto rústico y romántico de aquella colección editorial (Nuevos Autores), tan artesanal, aunque su argumento literario, en este caso, goce de tal licencia sugerida al autor, yo mismo, "Su Seguro Servidor", cuyas siglas utilizaba en aquel primigenio "incunable" postmoderno unas veces con ese significado y otras con el de "Suerte, Salud y Saludos / Yago" (SSSY). Pero, como digo, la intención última va más allá, como una tesela del universo. Mi propio ser no es más que una partícula, una mota de polvo, pero de la misma esencia de las galaxias: sólo polvo, pero polvo de estrellas. Y, como dijo el poeta, "un no sé qué que queda balbuciente". De ahí el título que alude a los balbuceos, mientras me asomo a este otro mi Balcón Global de La Noción (noción de las naciones) que me permite observar el mundo. Un ramillete balbuciente de enigmas —como signos del mapa de un tesoro— que dedico a más de siete mil millones de seres humanos.
TODO AUTOR tiene su punto de vanidad. Como todo actor. ¿Si no, a santo de qué los aplausos al final de las representaciones o de las declamaciones o de los discursos? Las críticas constructivas también deberían sobrellevarse con el mismo ánimo porque te invitan a superarte. Cuando, como me ha pasado, alguien te dice que has escrito algo desgarrador, impresionante, que se mete en el fondo de quien lo lee, etcétera, eso da muchos ánimos. Y uno, ya con su soledad puesta luego, pues admira las estrellas y piensa que en una de ellas ha de estar su inspiración. Una amiga me dijo en una ocasión que merecía la pena ir al Sáhara sólo por ver el cielo estrellado (imposible aquí con la contaminación lumínica, aunque no tuviésemos farolas cercanas), de lo apretujadas que ella las vio allí, tan numerosas y rutilantes. Del mismo modo digo que merece la pena escribir, pintar un cuadro, crear algo y que te comuniquen cosas así, sientas que eres partícipe de la humanidad y ver las estrellas apelotonadas... Son como un manto luminoso de palabras que te cobija, un soplo de vida que acerca tu mano para alcanzarlos —las estrellas o los corazones— y notas cómo rozas una o uno de ellos que especialmente eliges. Pero a lo que yo decido destinar mi atención es a la humanidad, tantos corazones como estrellas en el firmamento. Elijo los más de siete mil millones de seres humanos que pueblan el planeta y a quienes quiero acariciar con las yemas de mis dedos, alcanzar los mismos vericuetos de su cerebro pero para bien, para que ya nadie sufra más por cuestiones que son evitables en el primer mundo. Y parece que a nadie le ha dado aún por considerar un Gobierno Mundial. Sí la cuestión esa del pensamiento único, pero esto es una aberración. Los científicos, sin embargo, están reclamando un acuerdo mundial de las naciones para contrarrestrar el calentamiento climático, por ejemplo, ya que si no se da, en el 2100 no habrá quien pare del calor y del sudor. Tan solo esta razón sería bastante para el proyecto global del 2022.
TODOS LOS Santos se ha vuelto a celebrar con ahínco en España. Su origen se relaciona con la persecución de los cristianos por el emperador Diocleciano (284-305) quien incrementó tanto el número de mártires que era imposible su veneración por separado, surgiendo la necesidad de la rememoración grupal. No concibo la vida sin conmemoraciones ni festejos periódicos, tal como está montado, pero mejorándolo y, si cabe, intensificándolo. A esta fiesta católica del primero de noviembre le salió en su día una competidora protestante estadounidense que se ha infiltrado a través del hedonismo propio de nuestro país. El cine, la televisión y los libros de rápida lectura han contribuido lo suyo para que Halloween alcance cada vez mayor cota de participantes. Pero está claro que lo autóctono, las visitas a los cementerios —para honrar a quienes han cambiado la Tierra por otro lugar de residencia—, no ha perdido tampoco adeptos. Se juntan las dos versiones, una más lúdica y otra más trascendental, y ambas cumplen con una de las funciones de cualquier evento humano: hacer más llevadera la vida. Año tras año Halloween se apodera de la añeja veneración del también llamado día de Todos los Difuntos. Se siguen comprando flores y visitando cementerios con profusión para honrar a los que ya no están, pero el recogimiento, el silencio respetuoso o la emulación de los antepasados dejan paso al jolgorio y la algarabía bajo disfraces monstruosos y sobre todo entre las nuevas generaciones. Una desmitificación de la muerte que divierte especialmente a los niños quienes celebran hasta en sus centros escolares concursos de disfraces tenebrosos que, en la mayoría de los casos, ponen a disposición de los consumidores los avispados empresarios chinos. La muerte es parte de la vida. Es un tránsito, también, a una vida mejor. Mientras tanto hay que luchar por un mundo más justo en el mismo planeta, donde cada día, con el simple gesto de abrir un periódico comprobamos, como decía Edmund Burke, que para que triunfe el mal solo es necesario que los buenos no hagan nada.
EL PLANETA cuenta con 194 países oficialmente reconocidos en la última actualización de 2014; 54 en África, 35 en América, 14 en Oceanía, 50 en Europa y 48 en Asia. Estos dos últimos continentes comparten la extensión de 7 países, los llamados euroasiáticos o transcontinentales: Rusia, Turquía, Kazajistán, Azerbaiyán, Georgia, Chipre y Armenia, por lo tanto no hay que contarlos dos veces en el cómputo. El día de la Hispanidad —conocido también como día de la Raza— se celebra en aproximadamente la cuarta parte de esa totalidad estatal, incluido EEUU que lo ha declarado fecha de celebración oficial. Representa la unión continental y, en el futuro, la planetaria. Banderas de todos los países de habla hispana y de otros afines se concentran en diversas naciones, así como en la avenida más importante de Manhattan, lo cual le dota de una relevancia global más allá del idioma. En el año 2022 va a celebrarse la conmemoración de la primera vuelta al mundo referenciada históricamente. Los actuales comportamientos demoníacos de muchos dirigentes políticos españoles y del resto de las naciones no son algo ni baladí ni espontáneo, sino que espolean un apoteósico cambio mundial como los que la humanidad ya ha experimentado a lo largo de su trayectoria en los distintos ciclos de su progreso. El nuevo sistema planetario aún no tiene nombre —se lo impondrá la perspectiva— y no será cruento: uniformizará lo funcional, pero diversificará lo formal; unificará los objetivos de salud, riqueza y ecuanimidad, pero enriquecerá las aportaciones y manifestaciones de cada nación. La pluralidad es la característica de este nuevo y drástico hito mundial que se está configurando, síntesis de lo mejor de todas las civilizaciones, habiendo sido España la nación que aportó este concepto y este hecho a la humanidad por primera vez y en todo el acervo cultural internacional. La eleminación de fronteras y la capitalidad del globo terráqueo se materializarán como algunas de las bases de esta mundialización.
DESDE QUE el Ministerio de Servicios Sociales y la judicatura abogasen por erigir centros de encuentro para familias separadas —proponiendo especialistas que mediasen entre ambos cónyuges para evitar enfrentamientos— no parecen haberse dado demasiados progresos. Al plan se acopló Aprome, entidad sin ánimo de lucro, subvencionada con cantidades extraordinarias para distintos puntos del territorio nacional. Su balance brilla con datos como el asesoramiento en leyes sobre la familia, prestación de ayuda a más de diez millares de familias y la intervención en medio millón de casos. Sin embargo, la realidad diaria dista bastante de esas florituras progagandísticas. Según afectados, los profesionales que están al cargo de los centros (asistentes sociales, psicólogos y educadores) no se implican en su labor y da la sensación de que siguen la consigna de no posicionarse en los conflictos, permaneciendo en general a favor de los custodios para evitar mala imagen, cubriendo el expediente con la orientación derivada de la fría sentencia judicial. Para ese viaje no se necesitaban alforjas tan caras. Son dolorosos los casos de uso abusivo de una de las partes sobre su derecho de custodia, impidiendo que la otra tenga ningún tipo de contacto con el menor salvo lo marcado por la ley. Esta jamás dice que no se pueda hablar o tratar con los hijos como progenitores en otros momentos. Es un tema grave sobre el que Aprome no actúa, incumpliendo sus funciones de protección del menor para garantizar sus derechos y de potenciación de la responsabilidad de los padres separados, quienes confunden, en general, patria potestad y custodia, sin que esta entidad contribuya para nada a aclarárselo. ¿Qué hacen Aprome y los servicios de protección infantil de las comunidades? Algo está fallando si existen menores que sufren crisis de ansiedad al recibir el servicio, si cada uno de los progenitores no es orientado ni mínimamente en su conciliación para los temas relativos a sus hijos y si los profesionales ejercen de lo que no son: cuidadores o conserjes.
Actuaciones de la Guardia Civil y de la Policía Nacional
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