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TODO PASA, como decía Antonio Machado, y todo queda. De todo se harta la gente y también todo se renueva. No te preocupes por la maledicencia de cualquier descerebrado, de una mujer despechada, del tejedor de calumnias —que si bien de estas algo queda, también te hacen más fuerte— y del trasnochado de turno que sabe alzar la voz más que nadie y se le oye a la legua. La sociedad es así. Solo quienes nos dedicamos a dejar la piel y el páncreas en los medios sabemos mejor que nadie cuán voluble es todo, el ir y venir de las masas, la fama contemporánea y hasta la sutil y sabia catadura de los clásicos. Absolutamente de todo se puede intoxicar la mente humana, que precisa un nuevo rumbo y oxígeno que la libere del espanto de cualquier noticia. Lo tenemos muy claro con el ébola. Capítulo cerrado. Se salvó la auxiliar de enfermería y ha sido un triunfo mundial. El sistema sanitario español sigue siendo competente, probablemente el mejor del mundo, tras haber sido puesto en entredicho. Y en la picota, la credibilidad del Estado y la marca España ante las naciones más poderosas. Al principio fue una vorágine de inestabilidad, una falta de garantías, una sorpresa inaudita que arrasaba en los protocolos médicos y los mostraba mediáticamente todo lo contrario a infalibles: infantiles. Un estraperlista moderno de sustancias inconfesables —las cuales portaba en su estómago— murió dolorosamente abandonado creyendo los médicos que padecía ébola (y porque era negro con mucha fiebre). Alguno sentenciará con prepotencia que no es legal el transporte de droga, pero era un ser humano y en esos momentos se retorcía en una agonía indeseable hasta para el peor enemigo. ¡Qué deshumanizados estamos! Y la industria farmacéutica se frota las manos con esta hecatombe. Mientras la humanidad va de tumbo en tumba, los negociantes de la salud mantienen a fuego vivo este mercado gracias a África. Y nosotros, los del "primer" mundo, tan indolentes.
¿POR QUÉ matar a determinados animales no es delito ni se contempla como una atrocidad y a otros, sí? Se producen pollos, por ejemplo, como churros para luego maltratarlos de forma inmisericorde, por mucho que se diga. Entre otras cosas, se les corta el pico —un elemento muy sensible que les permite seleccionar sus bocados y defenderse como seres vivos— cuando no se les aplasta, tras sexarlos, si la empresa avícola es ovoproductora. Y no digamos lo que pasa con las terneras, cerdos, conejos... Por mucha calidad que se procure, esta angustia de los animales tiene que expresarse por algún sitio y transmitirse de alguna manera. Ahora también al pescado —que en gran parte es de piscifactoría tanto marina como de agua dulce— se sabe que le están alimentando con piensos autorizados pero que en todo caso son una mezcolanza de trazas y componentes que resultan de las sobras. Eso cuando no están infectados de Anisakis, un parásito perjudicial para los seres humanos causante de la anisakiasis. A mí me parece que los animales se están rebelando, que saben que se les aniquila miserablemente y que su sufrimiento es diario e irremisible, por lo que de alguna manera se lo harán pagar a la raza humana. El respeto por el reino animal ha de ser tan importante como la concienciación medioambiental. Los recursos naturales tienen un límite pero la capacidad destructiva de los animales racionales es ilimitada. Aún queda bastante trecho por recorrer para que nuestra civilización se encare a las amenazas que abusan de seres vivos y esquilman recursos naturales. Afortunadamente hay empresas que sí incorporan a sus actividades la gestión de calidad en sus procesos productivos vigilando que sean muy poco contaminantes y que contribuyan a la conservación ecológica de nuestro hogar, el planeta Tierra. Y son precisamente las más tecnológicas las que apuestan por esta vía, usando energías alternativas y actitudes protectoras del entorno natural.
HE ASISTIDO al nacimiento de un sobrino mío y, lógicamente, todo han sido muestras de alegría y beneplácito con familiares, allegados y amigos. Ha nacido justo en el Día de la Raza, lo cual para mí está cargado también de un fuerte simbolismo. La vida en sí misma es el mayor valor de que disponemos y se nos da de forma gratuita. La cuestión es disfrutar de este increíble regalo. A medida que vamos adquiriendo uso de razón (estado que ubican a partir de los siete años del ser humano) va dependiendo de nosotros mismos enriquecernos vitalmente o minimizarnos a la mínima expresión. Cada individuo suele tener siempre la capacidad de hacerse a sí mismo, sean cuales sean los condicionamientos del entorno. Podremos gozar de mayor o menor número de elementos a nuestro alcance para desarrollarnos, contar con un entorno adecuado o, por el contrario, uno desestructurado, pero siempre tenemos la oportunidad de reverenciar nuestra existencia y agradecerla cada día para rendirle el tributo del respeto. En la modernidad, numerosos coachs y psicólogos ofrecen diversos consejos sobre realización personal, pero ya desde muy antiguo el ser humano ha sabido dignificar su paso por la Tierra con distintos principios filosóficos de positivismo, una palabra tan de hoy pero cuyo concepto ha sido experimentado en todas las culturas de antaño. Un emperador romano como Marco Aurelio ya aconsejaba: "Cuando usted se despierte en la mañana piense en el precioso privilegio de estar vivo, de respirar, de pensar, de disfrutar, de amar". Esto, que parece simple, es la base de una actitud francamente revulsiva, la que provoca la realización de tus sueños. Hay una diferencia abismal entre concebir la vida como algo vulgar o, bien, como una pasión vital: el estado mirífico de evaluar con sobresaliente cada instante. Vivir de esta forma es más vivir, expresar con tu personalidad el milagro de palpitar y sentir. Y de comunicarse con los demás de forma expresiva, gozosa, vívida. Desde las entrañas del alma. Sin embargo, ¡hay tanta gente que no se da cuenta!
ME PREGUNTAN por qué no estoy escribiendo en mi Columna sobre el ébola. La respuesta es sencilla: ya se hace en exceso; todo el mundo opina y ¿quién da en el clavo? La saturación informativa va a desaparecer con la misma virulencia que ahora se vive. Pero en la conciencia global queda algo grave: la fragilidad social y la predisposición a la sumisión humana bajo la bota de una oligarquía casi invisible que provoca privaciones para mantener sus prerrogativas mundiales. Ha habido muchos más muertos por legionela en España durante estos días, una enfermedad tan antigua como el ébola, y no tiene esa sobrevaloración mediática. Poderosos trusts financiero-filosóficos tipo Club Bilderberg y similares es probable que estén detrás no solo de la manipulación periodística, sino del origen del propio virus. De un país como África, tan exuberante de recursos, nos inculcan que viene todo lo malo; y del mismo las grandes potencias se llevan todo lo bueno —minerales para la tecnología, diamantes, materias primas, distintas producciones agrarias, etcétera— esquilmado el continente, arrasando con fauna y flora, contaminando con el consumismo atroz de un sistema caduco que morirá por fin con la celebración del día mundial del planeta, focalizado en una globalización auténtica, piedra de concienciación colectiva internacional. Ya hoy, en casi sesenta países del mundo (incluido EEUU), festejan el Día de la Raza, remembranza de la primera globalización que tanto transformó en todos los aspectos al mundo. Y va a volver a sacudirlo inevitablemente. ¿Mundialización del ébola, o bien, de la salud integral? Si el ébola se puede globalizar, también el que ningún ser humano muera por enfermedad curable. Y esto es posible solamente con la integración universal, con la instauración de un nuevo sistema mundial cuyo nombre surgirá de forma natural que acogerá a todas las civilizaciones en una idea colectiva de carácter plural y funcional, respetando cada cultura del mundo.
LO PEOR de muchas noticias del mundo es que conviven tan natural y mostrencamente en las sociedades que configuran una miscelánea difusa que las normaliza. Leer que el atentado a las Torres Gemelas era necesario o justificar a radicales que cometen atentados lógicamente hace sonar alarmas y polémica mediática. Nos congratulamos del desmantelamiento de redes mafiosas que captan y envían yihadistas para su integración en la organización terrorista Estado Islámico de Irak y que luego envían a Siria e Irak, entrenados en distintos puntos de Europa y también en España. La característica principal de estos reclutamientos es propia de sectas, con amenaza intrínseca: la convicción personal hasta el punto de morir por ella, ya que serán premiados en el cielo con doncellas y placeres, por ejemplo. El fanatismo religioso es hoy un arma camuflada en el factor sorpresa más aniquilador y envenenado, fervor muy bien manejado por mensajeros y mediadores. Ese peligro es tan fácil como apretar el percutor de una metralleta, masacrar niños como mosquitos, usar a Dios y esa arrogancia que provoca creernos poseedores de la verdad absoluta que lleva a una actitud de exclusivismo, triunfalismo y superioridad y que se expande con la captación de adeptos para subyugar luego a todos los demás, sometiéndoles a sus postulados. La prepotencia, el menosprecio y la intolerancia han sido históricamente la mecha encendida de persecuciones, atentados y exterminación del ser humano. Frente a esta postura está la que se basa en el consenso y en el entendimiento entre personas razonables que pueden mantener un desacuerdo en muchos temas pero siempre capaces de reconocer que solo algunos muy claves merecen el entusiasmo defensor resuelto. Tolerar errores menores y evitar la confrontación combativa que aporta males mayores. Cuando los medios de comunicación usan tintes fundamentalistas y preponderan el hiperrealismo de escenarios concretos están colaborando en contra de la unidad mundial.
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