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LOS DESESPERADOS, los desempleados y los infra racionados también disponen de su reducto de paraíso fiscal: Gibraltar. En general las connotaciones de un paraíso fiscal son algunas o todas estas: evitar impuestos, contagiar crisis financieras, fomentar el crimen organizado, sostener el terrorismo. Todo ello, acompañado de opacidad, la ocultación de datos y de titulares de cuentas que mueven el grueso, lo cual es una patente de corso para nuevos desmanes y delitos económicos y el lavado de dinero negro proviniente de otros negocios sucios. Se quiere erradicar los paraísos fiscales, pero empiezan por el chocolate del loro. La Unión Europea ha pedido a España y Gran Betraña que controlen el tráfico ilegal de tabaco en la zona del Estrecho, pero desde siempre se ha sabido que Gibraltar es una zona de alto movimiento en ese sentido. Los controles están siendo particularmente exhaustivos en agosto. Hay vehículos en los que se están encontrando numerosas cajetillas de tacabo camufladas en escondrijos con dobles fondos y otras ocurrencias. Hay muchos menesterosos que hacen negocio así, comprando cartones de tabaco a mitad de precio o mucho menos y vendiéndolo luego en distintos puntos de Andalucía. Unos pocos cartones de tabaco no le van a sacar de pobre a nadie. La Unión Europea ha puesto sobre la mesa ahora el problema, quizá para empezar por algo, pero lo más grave no son las cajetillas, cuyo montante anual pueden ser unos 60 millones de las mismas que alivian la maltrecha economía de tantos desempleados. Lo peor es el blanqueo de capital paralelo y general, cuya pérdida de ingresos para el fisco es de 70.000 millones. Sin embargo, solo está en el punto de mira quien trapichea con unas docenas de cajetillas. Es lo de siempre, se libran los que roban millones y a la cárcel van los que roban melones. Controlan ahora al pequeño contrabandista, pero detrás de él hay grandes redes que son las auténticas aprovechadas y cuyos beneficios utilizan para otros fines más peligrosos.
FALSEAR O NO falsear los balances empresariales, esa es la cuestión en los mercados españoles. Pescanova, Bankia, Gowex, Banco de Valencia... tantos casos con cuentas infladas que han sido sometidos a auditorías para averiguar dónde han engañado y beneficiarse unos pocos mientras empobrecían a los demás. Ingeniería financiera lo llaman, para luego descifrar lo que hay de sucio en esos negocios que han obtenenido fraudulentamente astronómicos ingresos. Los trabajadores, cualquier trabajador, no se libra del control de las administraciones, pero los empresarios, cualquier empresario, si quiere, engaña. ¿Y engaña también la auditora? La labor de un auditor es complicada y también hemos comprobado que pueden "orientar" esas cuentas, y algunas de estas gestoras de control pueden estar vinculadas a extraños intereses. Para una auditora, lo más fácil es comprobar lo que está en los libros de contabilidad y lo más difícil, detectar lo que no está en ellos. ¿Y quién audita a las auditoras? Demasiados casos de empresas que han influido capciosamente en los mercados en beneficio propio y perjudicando a la buena marcha de la economía. Pero no hacen más que seguir las tácticas de la oligarquía económica, que inyecta en la vena social de forma subrepticia prácticas poco honorables que tienen en cuenta al grueso de la población para enriquecerse, al tiempo que hacen parecer que su labor es muy complicada. Sus intereses se entremezclan con las tendencias de los mercados que a veces son, como alguna vez he dicho, hienas que copulan una vez al año pero joden todos los días, se muestran despreciables y se alimentan de la escasez global de las gentes; carroñeras. Con esas características ¿de qué se ríen la hienas de los mercados? Quien sabe adaptarse a su dinámica es capaz de obtener pingües beneficios sobre una inexistente realidad financiera, manipulan las cuantías que aparecen en las pantallas del ordenador, donde el dinero real es solo un símbolo. Si la jugada sale bien y se libran de la auditoría, consiguen hacer una carambola a los mercados.
NO ENTIENDO las muertes en la Franja de Gaza. No entiendo los ataques que se producen periódicamente en el siglo XXI, después de que fuera una provincia del Mandato Británico de Palestina entre los años 1917 y 1948 y tras la partición decidida por las naciones unidas en 1947 para Palestina y el nuevo estado de Israel, y luego quedar integrada al estado palestino y, sin embargo, posteriormente ocupada por Egipto. Una tierra sin una particular riqueza que puedan subastarse las grandes potencias, una tierra que gentes sin tierra consideran suya, una tierra que es una miscelánea histórica y de religiones y promesas sin completar. Una tierra de nadie y de todos que hoy reproduce un holocausto que puede afectar en el mundo a cualquiera. Este es el lamentable panorama que ni los mismos litigantes entienden. Lo que todos vemos no es más que la matanza inútil de niños, masacrados salvajemente, y de mujeres y hombres inocentes, también masacrados salvajemente. Se pueden fundamentar los ataques a Gaza en que una acción restringida al ámbito militar —con sus consecuentes impactos colaterales— podría destruir por fin al grupo terrorista Hamás. Pero, tal como actúan, no lo erradicarán. Lo que se puede calificar como holocausto actual sobre la población palestina sin discriminación y sobre la infantil particularmente, está generando una virulencia más alta y es muy problable que entre las cenizas y de las carnes mutiladas emerja una nueva generación de terroristas palestinos. No solo los contendientes actuales, sino cualquier grupo humano del mundo puede sufrir las consecuencias de esta desesperación. Quizá los gobernantes israelíes opinen que los problemas de su país tienen en la violencia la mejor solución, pero el mundo entero no comprende esta gestión bélica y llora con las víctimas y por ellas. Nadie puede estar tranquilo mientras este holocausto que vive hoy mismo la humanidad no finalice de una vez por todas. No entiendo las razones de este conflicto, tan solo quiero hoy alzar un canto de vida y esperanza por la paz en esos remotos —y tan próximos en el corazón— trozos de la Tierra que habita el ser humano.
LA GRAN sorpresa de este verano ha sido la caída del mito Jordi Pujol, un audaz embaucador capaz de mostrarse ante el mundo como el defensor del más honorable idealismo. Al igual que Hitler, gozaba de un carisma y de un magnetismo mágicos para influir sobre las personas, congregando simpatías para luego manipular y adoctrinar a las masas. Según expertos, la actividad cerebral se incrementa cuando se miente, al activarse las zonas más desarrolladas del cerebro. Por lo tanto, mentir supone un auténtico reto creativo y, también, una buena memoria o un buen cuaderno de notas siempre a mano. La capacidad mental de Jordi Pujol para colársela a todo el mundo es proverbial. Casi convenció a todos de que España robaba a Cataluña, una afirmación que los demás contendientes políticos no sabían contrarrestar lo suficiente y que le dio mucho juego para ir mangándola. Ahora el gran fingidor se esconde. Un golpe brutal al independentismo catalán porque desvela unas prácticas perniciosas que se han acomodado bajo la bandera del nacionalismo. Drástico cambio pasar de personaje reconocido y admirado a vulgar ladrón. Pocos días de salud han de restarle. Los catalanes de buena voluntad, que son todos —tanto independentistas como los que yo llamo integrados— sienten al menos pudor ante su confesión de que no ha declarado a Hacienda un patrimonio gigantesto escondido, camuflado. De todas maneras, que nadie piense que esto acaba con el afán nacionalista. Pero nadie de ellos esperaba que entre los implicados en escándalos estuviese el propio Pujol. Si no lo llega a reconocer él mismo, hubiese habido mucha gente que no se lo hubiera creído aunque resultase condenado por un juzgado. De la noche a la mañana se ha fulminado el mito estrepitosamente. El ex honorable no quería tumbar al enemigo con sus mentiras, hacer triunfar un ideal aunque fuese a base de falacias, sino tan solo colmarse de riqueza, robando a España.
LA ILUSIÓN es mejor que la posada. Creo recordar que eso decía santa Teresa de Jesús. El proverbio popular lo escarnece profiriendo que de sueños también se vive. En todo caso, las mejores realizaciones nacen de honestos sueños. En Valencia el sol juega con la brisa y confiere un ambiente de festival envidiable al verano. Suele haber mucha gente en la playa y también en las arrocerías que se ubican en sus inmediaciones, teñidas del intenso azul del mar y del verde y ocre de las dunas. Cualquier zona de Valencia huele a mar y a paella, sabe a hospitalidad y a mediterránea francachela; la concurrencia es dinámica y distendida, agradable con su música de familiaridad y de efusividad. Madrid también sabe mucho de gentío, de sabores y cocinas, de alegría y convivencia. Tantos rincones, tanta España para comérsela, con esos esmerados haceres culinarios, al estilo de las cariñosas abuelas; hosterías y tabernas donde los platos son preparados con el condimento de la sabia dedicación, con cariño castizo y arraigo del sabor. A mí me encantan las sopas, las de pescado, las de arroz, las de cebolla, las de ajo, las de verduras, las de fideo, las de todo tipo. Sin cuchara, por mucho mantel de postín, el solaz del refrigerio es más corriente, no denota la alegría de salir al mundo entre la muchedumbre. Dar cuenta del condumio así, en cualquier lugar del terruño hispano, invita a celebrar la victoria de una batalla más en la lucha diaria de la vida, esta maravillosa vida regada de sinsabores y de gozosas alegrías, de risas y llantos. Cuando oigo lamentarse a alguien "nunca he comido contigo", como echando en cara su falta de delicadeza o su atrevimiento, está claro que no ha habido confidencialidad. Comer fuera o tomar algo por ahí es la más pura declaración de noble amistad. Es trato. Luego está la profesionalidad de los mesoneros, en general, excelente, aunque siempre te puedes topar con algún camarero amargado. En caso contrario —que es casi siempre en nuestro país— nunca hay plato caro.
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