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LA INFORMACIÓN también se puede crear, aunque hoy esa creación está supeditada a que las empresas mediáticas suelen no ser ya instrumentos de la acción política, sino la acción política misma, una de las razones por las que existen menos noticias en verano, meses inhábiles de la función pública. El espacio social se erige cada vez más por medio de la proyección mediática de escenarios. Tratamos y comentamos sobre lo que nos sirven, es noticia aquello que se eleva sobre los demás actos noticiables que los gestores de información —a pesar de que su figura aparece difuminada con la ebullición de Internet— saben usar para fovorecer diversas opciones y tendencias que mantengan viva la opinión pública. El primero de julio es como la inauguración del estío informativo oficial y del auténtico veraneo en España. Por estas fechas se empiezan a dar, del mismo modo que los efímeros amores de verano —y las bicicletas—, las serpientes de verano, tan auténticas como el riesgo que puedan correr senderistas y amantes de las zonas menos urbanitas de ser mordidos por un algún ofidio, pero que son una evidencia mediática, un recurso de articulistas desde nuestras guaridas estivales para nutrirse de textos que cubran páginas tanto en Internet y en medios impresos como en radio y televisión y en una época escasa de movimientos políticos y noticias relevantes. Una serpiente de verano es una noticia increíble pero que al mismo tiempo puede ser veraz, aunque magnificada, recreada y alcanzando casi el grado de disparatada. Su origen podría estar en Nessie, el mítico monstruo del Lago Ness, que reaparecía en la estación del ocio. El caso es que cada verano exhibe su inseparable serpiente, evento informativo de rápido calado que finalmente desaparece tal como llegó, tras ser la gran comidilla de toda la nación. A pesar de la crisis, este verano también se producirá su amena virulencia social para que su veneno acabe siendo aliviado, como todos los años, con la cruda realidad que nos espera en septiembre.
QUIEREN HACERNOS creer que a las islas afortunadas les ha tocado la lotería. Parece mentira que el Tribunal Supremo avale las prospecciones petrolíferas en Canarias, que en septiembre podrían iniciarse en contra de la gran mayoría de los ciudadanos canarios y de los propios gobiernos regionales, además de Greenpeace, Oceana y WWF que consideran que un posible derrame en la zona podría dañar a especies protegidas o arrecifes de coral y afectar al turismo y la pesca. Llevarán el caso a los tribunales europeos. También en Baleares temen la acción de la industria del oro negro. Las dos joyas insulares ven amenazada su riqueza marina, de las mayores de España. Si realmente hubiese petróleo, tan solo beneficiaría a Repsol, una empresa privada. La ciudadanía no percibiría ventaja alguna. Horadar el lecho marino en este tipo de explotaciones, para lo que se utilizan arenas abrasivas y productos tóxicos, ya de por sí contamina lo suyo. La actividad posterior de extracción continua, mucho peor, incluso alcanzando a las costas. Los impuestos de todos los españoles pagarían esos daños. Gran parte del archipiélago está declarada en distintas zonas como Reservas de la Biosfera por la UNESCO y nadie descarta tampoco las severas repercusiones socio-económicas sobre la actividad pesquera y turística en su conjunto, incluso con el mero anuncio de las pretensiones petroleras. A pocos canarios convence la favorable declaración de impacto ambiental del Ministerio de Medio Ambiente para autorizar los sondeos, a pesar de que establezcan medidas preventivas y correctoras para evitar posibles riesgos. No quieren ningún riesgo, ningún impacto, ninguna agresión. El Parlamento canario ha aprobado la petición de competencias al Estado para convocar una consulta popular vía referéndum. No quieren este tipo de actividad en su tierra ni el riesgo de estropear su paisaje y su fuente tradicional de ingresos, y su modo de vida natural. ¿Por qué no les dejan tranquilos? Tan sólo interesa conservar los paraísos fiscales.
LA ESPERANZA es lo último que se pierde, y pervive mejor en el mundo de las ideas, que, casi siempre, son como las cerezas: tiras de una y salen otras, de recompensa. Siempre hay algo más; más andadura, más medios, más vida, si haces, si luchas en los malos momentos y aguantas el temporal, si usas tus talentos y utilizas buenos pensamientos. Entre la hojarasca de las ideas siempre se encuentra alguna que nos viene como anillo al dedo. Los seres humanos intercambiamos día a día inestimables trozos de buena suerte y trazas de ánimo, sin los cuales todo sería insulso, anodino, vacuo. Parece baladí, pero estas sencillas acciones son uno de los resortes de pensar en positivo. Y ser positivo. Empecemos por agradecer lo que tenemos y lo que hemos disfrutado. Contribuimos así a aceptar el camino que nos ha tocado y, si no es el más apropiado, saber que podemos dar la vuelta a la tortilla, sorprendernos a nosotros mismos y resurgir de las cenizas. El capitalismo tiene sus días contados, es un sistema que se ha agotado, vivimos una época en la que las sorpresas ya son fulminantes y de bastante desolación, pero cada vez somos más quienes creemos en un floreciente, patente y drástico cambio mundial que hará concebir un panorama más fiable y atractivo. Eso que llamamos futuro. Pero solo será futuro si en él caben por fin quienes sufren injurias y falta de recursos. No renunciemos al gran proyecto de la equidad global en el que la solidaridad es un ingrediente fundamental y valoremos los gestos para azuzar así la economía, para repartir la riqueza y devolver la liquidez a la totalidad de la población. El problema actual es que los mercados están encasillados y mediatizados por los poderes de turno, se usan para domeñar a sectores sociales y son herramienta privilegiada y subjetiva de distribución de la riqueza, favoreciendo casi siempre a los grandes capitales, subordinando a las personas —a la mayoría de las personas— lo mismo que a la tierra y al trabajo, sin el fomento de los valores esenciales del ser humano.
NOS ESCANDALIZAN, y con razón, noticias como el secuestro de doscientas niñas en Nigeria por el grupo Boko Haram. Es denigrante utilizar a seres humanos, no ya niños, para conseguir determinados objetivos. Pero la aberración no solo proviene de mentes radicales, deshumanizadas por la regresión, sino que en el mundo "civilizado" se han realizado también acciones en contra de los derechos humanos y en nombre de la libertad —calificándolo como efectos colaterales— que han salido a la luz en forma de denuncias contra soldados de la ONU, por ejemplo; o los cinco mil niños que murieron en la guerra de Irak. Lamentablemente nadie tiene la exclusividad del horror y cada día se pisotean en el planeta los derechos humanos. Por ello todos los esfuerzos por la unidad del mundo serán pocos. Unidad no es uniformidad, sino el respeto a la variedad de culturas y tradiciones en una coalición global, un socaire mundial de una nueva y amplia organización de naciones unidas. Unidas por la voz y el voto de todos y cada uno de los seres humanos. Eventos como el mundial del fútbol celebrado este año en Brasil o celebraciones como las olimpiadas son elementos que producen un ambiente favorable en las naciones para el progreso real. Son pasos hacia una ecuanimidad mundial, evitar el abuso de poder y conseguir ver una distribución exhaustiva de la riqueza junto con un reparto del trabajo en el mundo para todos. España tiene la oportunidad de liderar esta idea inaudita en el consenso internacional. El concepto de globalización —pervertido por las grandes asociaciones financieras, las alianzas multinacionales y las fusiones de los grandes bancos— en su sentido histórico y primigenio favorece la macroeconomía, pareja al devenir de la humanidad. Sin objetividad cívica no existe progreso. La disyuntiva es persistir en la ceguera de apoyar al más poderoso, a los países con más armas, con las que imponen su manera de gobernar el mundo o consensuar la diversidad y la pluralidad en una igualdad de oportunidades y recursos.
DOS INSÓLITAS noticias. Una, la devolución de una vivienda ya ejecutada; y otra, la anulación del despido colectivo de casi mil doscientos trabajadores de la multinacional Coca Cola. La primera abre la puerta para la recuperación de miles de viviendas por todas las personas que han sufrido desahucios por medio de prácticas bancarias abusivas y procedimientos legales pero no lo justos que debieran. Y la segunda garantiza el pago de los salarios dejados de percibir por ese numeroso grupo de operarios. Los fundamentos principales de estas decisiones judiciales son los condicionamientos abusivos, en un caso, de los hipotecarios, decretando la devolución del inmueble y en el otro, del derecho adquirido en los puestos laborales, debiendo readmitir a todos los despedidos. Los desahucios y los EREs son herramientas inquisitoriales de la era moderna con las que grandes compañías, combinando en sus cuentas de resultados su objetivo crematístico y su malabarismo frente a la ley, consiguen hacerse con pingües patrimonios a costa de las espaldas del hombre de la calle, del racionado normal que ha trabajado toda su vida. Amenazan con sus argucias jurídico-financieras a las familias normales, fagocitando el empleo y la disponibilidad de vivienda en toda España, que es un valle de lágrimas y de pánico, más enorme aún al aceptar lo grandilocuente de las diversas premisas políticas —donde se suele ocultar la manipulación— en combinación con frecuentes complacencias de voceros en una continua lucha de abuso legal contra el que se levanta la mera justicia y los valores humanos. Pero la vida sorprende y a veces la suerte cambia de banda. Los parados primero, los trabajadores y los funcionarios, detrás, y los empresarios y los políticos después, darán un paso gigantesco si se multiplica esta pureza de bocanadas de aire limpio que anuncian lo reversible de la penosa situación. Hay esperanza, pero aún mucha especulación y demasiados mecanismos que controlan el beneficio de unos pocos en detrimento de la mayoría.
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