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MAYO ES el mes de las flores y este año,
también, el de las elecciones al Parlamento Europeo, con novedades
significativas. Se han escogido —no para flores de un día— a quienes
ocuparán los escaños. El conjunto de los ciudadanos de los veintiocho
estados miembros (quinientos millones de personas) eligen el total de
setecientos cincuenta y un diputados que llevarán las riendas hasta
2019. En las pasadas elecciones de hace cinco años, la participación fue
baja, un 42,94%. Las modificaciones y nuevas situaciones son
importantes para el futuro de todos. También ha servido para medir el llamado "euroescepticismo" tras la crisis —la
ciudanía no era tan consciente en el último sufragio de sus estragos— y como baremo de intención de voto nacional, que le sirve al propio Mariano
Rajoy, quien, a pesar de la victoria, ha visto bastante mermado los votos. Numerosas van a ser las interpretaciones. Me quedo con la de la victoria pírrica. Se renuevan los altos cargos que finalizan su legislatura,
como el presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, el del
Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, o la alta representante de Política
Exterior, Catherine Ashton. Lo más innovador es que la mayor parte de
las decisiones del Consejo Europeo serán por mayoría y no por
unanimidad, lo cual supone un avance inaudito para la federalización,
para la consecución de unos Estados Unidos Europeos que permitan una
liberación económica e incluso la implantación de un nuevo sistema y
mayor liquidez monetaria entre los propios europeos de a pie, si
realmente se lo proponen con la nueva implantación del procedimiento
legislativo ordinario y de decisión compartida entre el Parlamenteo
Europeo y el Consejo. Aliviar del corsé anterior da pie a trabajar en
estos planteamientos. Así pues, la Eurocámara aumenta su poder de
decisión para legislar —preciso para adaptarse al nuevo sistema
económico— y es relevante en la designación del presidente de la
Comisión Europea, en el control del Ejecutivo comunitario y de los
Presupuestos generales.
LA ESPERANZA es lo último que se pierde, y pervive mejor en el mundo de las ideas, que, casi siempre, son como las cerezas: tiras de una y salen otras, de recompensa. Siempre hay algo más; más andadura, más medios, más vida, si haces caso a los buenos latidos de tu corazón, si luchas en los malos momentos y aguantas el temporal, si usas tus talentos y utilizas buenos pensamientos. Entre la hojarasca de las ideas siempre se encuentra alguna que nos viene como anillo al dedo. Los seres humanos intercambiamos día a día inestimables trozos de buena suerte y trazas de ánimo, sin los cuales todo sería insulso, anodino, vacuo. Parece baladí, pero estas sencillas acciones son uno de los resortes de pensar en positivo. Y ser positivo. Empecemos por agradecer lo que tenemos y lo que hemos disfrutado. Contribuimos así a aceptar el camino que nos ha tocado y, si no es el más apropiado, saber que podemos dar la vuelta a la tortilla, sorprendernos a nosotros mismos y resurgir de las cenizas. El capitalismo tiene sus días contados, es un sistema que se ha agotado, vivimos una época en la que las sorpresas ya son fulminantes y de bastante desolación, pero cada vez somos más quienes creemos en un floreciente, patente y drástico cambio mundial que hará concebir un panorama más fiable y atractivo. Eso que llamamos futuro. Pero solo será futuro si en él caben por fin quienes sufren injurias y falta de recursos. No renunciemos al gran proyecto de la equidad global en el que la solidaridad es un ingrediente fundamental y valoremos los gestos para azuzar así la economía, para repartir la riqueza y devolver la liquidez a la totalidad de la población. El problema actual es que los mercados está encasillados y mediatizados por los poderes de turno, se usan para domeñar a sectores sociales y son herramienta priviliegiada y subjetiva de distribución de la riqueza, favoreciendo casi siempre a los grandes capitales, subordinando a las personas —a la mayoría de las personas— lo mismo que a la tierra y al trabajo, sin el fomento de los valores esenciales del ser humano.
LAS FAMILIAS reconstituidas son más habituales hoy en día. Están formadas por una pareja en la que uno de los cónyuges (o ambos) aporta al menos un hijo de una relación anterior. Es un reto para un sentimiento más arraigado de protección y apoyo entre sus miembros. He entrevistado a tres vástagos de una de estas familias. Tienen catorce, doce y ocho años, y sus respuestas confirman que confían en la institución. Su conciencia moral es avanzada y se dan cuenta de que precisan la ayuda de los padres para discernir mejor lo que conviene y lo que no, lo que es más correcto, lo que está bien o no tanto. Los tres han coincidido en que los miembros de una familia deben apoyarse unos a otros y todos, colaborar en las tareas del hogar. Las familias reconstituidas perciben con más energía esa aportación de apoyo y buen entendimiento mutuo para mantener la armonía. Los tres muchachos han valorado el esfuerzo en ese sentido para gozar de felicidad, trabajando la comprensión, el respeto y el diálogo entre todos los miembros. En unos tiempos tan convulsos y de rotundos cambios, descubrir personitas dispuestas a luchar por fortalecer los lazos de las nuevas relaciones y levantar un nuevo arraigo en el seno familiar es un motivo de esperanza para toda la sociedad. Muchas veces los mayores no recuerdan cómo veían las cosas de niños, con esa pureza que se va perdiendo con el tiempo, pero estos son capaces de enseñarnos lo que ya sabíamos. Me alegro mucho de las consideraciones de Gabry, Manu y Sophie, los tres protagonistas de esta historia, que han sabido describir el respeto, la sinceridad y la tolerancia. Dispuestos a colaborar en ciertas tareas domésticas, aceptando al prójimo tal como es, con sus virtudes y sus defectos, expresándose de forma cortés, se comprueba que la supervivencia del modelo de familia básica afortunadamente va a persistir. Muchos padres han de sentirse orgullosos de la existencia de una esencia filial tan compacta y noble. Suya es la responsabilidad de enriquecerla y mejorar así la sociedad.
HAY OBSERVADORES políticos que están convencidos de la proximidad de una tercera guerra mundial. Los acontecimientos en Ucrania, Crimea y Rusia podrían allanar el camino para esa gran tragedia. Incluso el primer ministro ucraniano, Arseni Yatseniuk, ha asegurado que Rusia está interesada en que se desate el conflicto bélico planetario. También se critica, por otro lado, que EEUU quizá necesite una justificación para solventar la crisis que atenaza a grandes potencias. Las naciones del mundo se sienten presionadas por sus gobernantes. Si los tornillos se aprietan demasiado, es fácil que dejen de cumplir su función y aflojen. Las sociedades, del mismo modo, son como grandes organismos que van absorbiendo sus dolencias y de alguna manera se van adaptando a las nuevas situaciones. La inadaptación puede resolverse con la exclusión; quizá de ahí el incremento del número de suicidios. A la muchedumbre le queda la protesta social, que viene a ser un puente hacia el desahogo, un mecanismo que solo facilita esa adaptación. Si, con la que está cayendo, el mundo se conforma y se acomoda a eso dará pie a que provoquen la guerra los grandes intereses comerciales, sin contar con la equidad mundial. Los drásticos cambios sociales en la historia de la humanidad siempre se han producido de forma cruenta, pero en la modernidad es el dominio de las voluntades y de la esfera conformista de la mente lo que mantiene ese estatus de la oligarquía perniciosa. Las transformaciones se darán por imperceptibles mutaciones educacionales, psicológicas y subliminales que aporten visos de ser más ventajosas y prevalezcan en ese devenir adaptativo. Pero nada es seguro y el mundo camina sobre las ascuas de un futuro incierto. El victimismo no es buen consejero, sino la decisión por encontrar el consenso mundial a través de la renovación de ideas y de ser conscientes de que la asunción de situaciones patológicas se combate con pensamiento creativo que introduzca en las naciones una confianza renovada, unos hábitos y unas pautas que favorezcan las condiciones de bienestar social y, sobre todo, eviten una guerra tan devastadora.
ESPAÑA precisa regresar a la prosperidad general. No solo es responsabilidad del Gobierno. La base está en la unidad y en el fortalecimiento de la cohesión social. Para garantizarla, tal como está de debilitado el sistema económico (y comportándose paradójicamente de forma dictatorial) debería existir una renta básica para todos y cada uno de los ciudadanos, una asignación pecuniaria por encima del umbral de la pobreza; personal e incondicional. Y, aparte, un fuerte incentivo de apoyo financiero para la creación de nuevas empresas. Se han de entender unos futuros Estados Unidos Europeos sobre todo como solución a la falta de liquidez. La humanidad hace tiempo que anhela esa coalición global, el socaire de una nueva y amplia organización de naciones unidas, garantizada con la voz y el voto de todos y cada uno de los seres humanos. España puede liderar esta idea inaudita en el consenso internacional. El concepto de globalización —pervertido por las grandes asociaciones financieras, las alianzas multinacionales y las fusiones de los grandes bancos— en su sentido histórico, primigenio y auténtico favorece la macroeconomía. Sin objetividad cívica no existe progreso. Es ese el futuro que más importa. Y dejar de lado las insidias políticas, los infundios reduccionistas por puro egoísmo financiero y la necedad de amasar dinero una oligarquía por encima de todo, distanciando la diferencia entre clases. Ahí se empieza a notar el avance; lo demás es degradación y retroceso. Acaben los líderes ya de caer del burro. Es una acusación del mundo a todos ellos. Ninguno de los que están aún lo ha realizado. La liquidez requerida ha de ser un objetivo meridiano y ha de ser ecuánime; nunca por la salvación excluyente de los grandes capitales. Temen un futuro así, negándose aún a asumirlo. El coste de esta postura no es ni más ni menos que el desbarajuste y la ruina, mientras los mismos de siempre (los grandes grupos políticos), al grito de "sálvese quien pueda", abandonarían la nave con sus bolsillos llenos de un dinero que no serviría más que para el declive definitivo.
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