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CUANDO UNO se enamora piensa que sucede en ese momento porque es cuando la fruta de la lozanía está más sabrosa, cuando dos seres más pueden darse recíprocamente pasión, experiencia, placidez serena; cuando más se complementan y juntos van a ser uno solo. Ser el uno para el otro. Si al final eso se transforma en acritud, desesperación e infundios significa que el origen no era tan auténtico. Así de claro. Hay amores que se mueren en un instante. Y no han visto reflejarse sus ojos en los ojos del otro, ni han percibido un sincero agradecimiento, lo que espantaría cualquier desolación. Cuando esperabas vivir con esa persona años, años y más años, adorarla con todo tu ser, con toda tu alma, no piensas en un desastre arrollador, en que todo va a ser arrasado por el fuego del odio. Tan solo llevas en ti la inmanencia del ser amado, su tercera vida (la de la obra en la Tierra) y la tuya, y todas tus otras vidas (la transcendental, la imaginativa, la cordial); y también tus penas, tus necesidades más banales. Plenos de sana satisfacción virtual y somática —y ahí notas el imperceptible vello en punta, tiesos los poros de la piel— el amor es un furor desenfrenado, y de todas maneras quiere amarse. El amante se duerme sobre el ombligo amado y es feliz teniéndolo. Está convencido de que jamás le perjudicará y si un día ya no se amasen, se dejarían tranquilos, jamás se herirían y desearían cosas lindas como ahora desean el sonido de sus voces. Esta idea calma a cualquier amante y le colma tanto como si hubiera tenido ya entregado entre sus brazos al mismo amor, sumiso en los abrazos, poseído con toda la grandeza del acto mágico de sumo amor entre dos seres humanos. Es amor si es así, pero también pasa que esta misma escena pueden dibujarla seres despechados como todo lo contrario. Un infierno infrahumano. La amargura puede enturbiar hasta el infinito un paisaje paradisíaco. Hoy, con mis apuntes desparramados por la cama, tumbado con el ordenador al lado, hoja aquí, lápiz allá, yo tengo mi conciencia tranquila, sé que amé y gocé del paraíso.
UN POCO de vanidad es estimulante. Vanitas vanitatis, omnia vanitas est, todo es vanidad, reconoció el rey Salomón tras disfrutar del lujo y la lujuria, de las riquezas del mundo por el que pasamos tan efímeramente. Pero también puede ser un derecho. ¿A quién no le da felicidad la pura evanescencia de regodearse en el placer de la propia admiración o de la simple presunción personal? Muchos son poetas tan solo por los aplausos. Hoy las redes sociales son el escaparate más preciado de la vanidad, y su grado de implantación en cada individuo se puede medir por el número de instantáneas faciales y corporales que de sí mismo exhibe en estos medios. La vanidad encarrila al mundo de hoy del mismo modo que en el siglo pasado fue el impulso funesto del hombre hacia la ostentación. Se vende mucho lo que embellece vanamente el ego de las personas. Si todo en la vida al final es polvo, nada es consistente; vivir solo para morir entonces es insustancial y todo lo que hacemos, hueco, vacío y falto de solidez de la misma manera. Solo el apasionamiento desmesurado por esta integrante de la condición humana lleva a la arrogancia imbécil y al envanecimiento peligroso. La vanidad moderada y natural da vidilla a todo y es lo que más de moda está. Siempre estará de moda porque la moda misma es vanidad. Tanto en el hombre como en la mujer. Bien es cierto que las féminas se chiflan por todo lo que brilla, ellas mismas lucen al mismo brillo y atraen con su gloriosa exhibición y su presumida presencia, se visten y revisten de atractivo, de narcisismo y de la pura exaltación de la belleza. Es su sello de género, pero estoy convencido de que no existe obra humana sin un ápice de vanidad. ¿Y quién prefiere contemplar hosquedad, vulgaridad y simple funcionalidad? A todos nos atrae la perfección de formas, lo armonioso de la exaltación de las cualidades y la brillantez de la luminosidad. Y eso también es enamorar. El mundo necesita mucho amor. Sentirse bien consigo mismo es premisa para amarse a sí mismo, sin lo cual no te quieren los demás.
TENER ESTRELLA es algo que se da en la vida del mismo modo que se dan los gafes. El optimista tiene ventaja; le ayudan las fuerzas del universo. A veces me quedo admirado de cómo los seres humanos que me rodean discurrren por sendas muy bien diseñadas, y otros tan horrorosamente desastrosas. Yo me río del mundo pero primero de mí mismo, me río hasta de mi sombra. Ese buen humor no es más que la constatación en carne y hueso de que la energía y la masa son diferentes aspectos de lo mismo, la energía de fusión, como descubrió Alberto Einstein quien no inventó exactamente la bomba atómica, pero cuyo avance científico abrió la puerta directa para su descubrimiento. En ese momento el poder político y económico actuaron utilizando de forma nefasta y atroz lo científico. No necesitamos, hoy por hoy, más ciencia, sino administrar bien el gran compendio de sabiduría y creatividad que existe en el mundo. Tal vez lo más grande siempre empieza por hacer reír a muchos, lo cual está íntimamente ligado con la realidad nuclear que todos y cada uno podemos ser, y que no es ni más ni menos que la esencia pura y amistosa del Universo. No estamos solos, configuramos una energía que es la misma que rige en las supuestas leyes del infinito y que confieren de absoluta seriedad a toda esa apariencia de inconexión entre leyenda y verdad. El optimista —lo sepa o no— viene a suponer la inflexión increíble de la reacción nuclear cuando se produce una pérdida de masa, en donde la masa que ha desaparecido se presenta en forma de energía. Con lo que existe en el mundo hay de sobra. Solamente tienen que saberlo todos y cada uno de los más de siete mil millones de seres humanos. Somos materia abocada a un fin, fluir en consonancia con el Universo. Ser consciente de ello es ganar. Somos materia llena de energía para evolucionar y conservar nuestro hábitat, pero también para destruir. Quizás visto desde otros confines del universo esta idea sea aún muy primaria, pero el optimista siempre tiene más capacidad de aprendizaje.
NO SIRVEN ya las políticas de enfrentamiento. Deberían entenderlo. Adolfo Suárez demostró que el consenso y el diálogo son caminos de futuro. Los reproches exacerbados que vemos y oímos cada día no hacen más que enturbiarlo todo y se está demostrando que la mayoría de los ciudadanos sólo quiere convivir en paz. Es el sentido de todas y cada una de las manifestaciones que se reproducen periódicamente. Representantes espontáneos de las regiones españolas son capaces de unirse en la misma noción, la que no incluye transformar a nadie en apátrida en su propia nación. El sentido común, la convivencia pacífica y la idea de unir y no separar está enraizada en España desde el principio de su historia, ya que siempre hemos sido una conjunción de pueblos y culturas. Ninguna opción valorable surge de la crispación, ni de la de derechas, ni de la de izquierdas, ni de la de centro, ni de la de federalistas, ni de la de autonomistas, ni de la de apolíticos ni de la de escépticos. En el 22M —a pesar de su mala prensa y de los descerebrados que protagonizaron el desencuentro, la violencia y la barbarie por la noche— se dio cita gente de todas las ideas, razas, regiones, religiones y profesiones demostrando que aún existe esperanza como existe primavera, buscando una salida a este sistema moribundo. Una primavera que ha llegado displicente como si fuese reflejo de los acontecimientos sociales, pero que lucirá con todo su esplendor. La corrupción política en España es una derivación de corrientes impositivas capaces de financiar para influir, de ingeniar mecanismos correctores con medios legales para obrar en su favor. La gente es consciente y lo expresa con esas convocatorias, alzando pacíficamente su voz. Aquí no sobra nadie, los seres humanos se unen para ejercer su propia soberanía en el mundo. Son soberanos. Esto es lo que en el fondo se reclama en las calles. Es un suma y sigue que no parará hasta que la transparencia, la armonía social y un diseño claro de futuro se instale en todas las conciencias.
ACUDÍ al Congreso, despedí a Suárez, recé por la España de la prosperidad cuyos cimientos dejó pergeñados. La figura del primer presidente de la democracia tan denostada en su momento —y por tantos— ahora es ensalzada por todos. ¡Ay de aquel personaje público que falte a su despedida! Le pondrán en la picota. El ambiente en Madrid es tan fantástico como siempre, cosmopolita y virulento, aunque un poco triste por ese poso oxidado que algunos sentimos debajo de la lengua tras el vandalismo posterior a la manifestación del 22M y, también, el levantamiento huracanado de los campamentos que se habían instalado en Sol como reminiscencia. Misión cumplida. He participado en un nuevo momento histórico del suelo patrio. Ahora me encamino al norte con la idea de participar en la famosa Ágora de la Poesía de León de cada viernes final de mes. La furia de los tiempos parece que se traslada al clima. Mis pensamientos me refugian. ¡Qué pequeños que somos! Cualquier fuerza natural puede tumbarnos: unos dedos que aprietan una bombilla fundida al salir de la ducha y puedes morir electrocutado; una riada que te ahoga; la espesa nieve que te hace resbalar. Poca cosa somos por muy compactos que nos creamos. Al socaire de la soledad de una austera pero segura habitación de hotel de carretera, leo a Pedro Salinas; le utilizo, le recreo, me transforma el pavor en entereza y pienso en alguien con quien he hablado no hace muchas horas. ¿Tan enamoradizo soy? ¿Por qué me atrapa su voz, su simple estar, su ser casi indiferente? Para más vivir me recreo en su simpatía y me pido perdón a mí mismo por haber ido tan a mi aire en la vida, ahora que tanto sopla. Se avecina un principio de primavera ventoso. El amor siempre me ronda no sé si para atormentarme o para elevarme. Pensar y sentir. Un hombre solo en la carretera con una pregunta que se lleva la airada naturaleza y el viento que brama tras los cristales. Quiero mi paz y mi pureza, mi España y su abundancia, mi sitio y mi hembra. Arroparlas con un presagio y colmarlas de futuro.
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