Ánforas, una pequeña cabeza femenina de terracota, un empedrado de guijarros y de conchas marinas cuidadosamente dispuestas en el suelo o un horno de producción alfarera son algunos de los secretos que han salido a la luz con la investigación arqueológica que se desarrolla en el yacimiento fenicio del Cerro del Villar y que arrojan nueva luz sobre los orígenes de la ciudad de Málaga.
La investigación está dirigida por el profesor del Área de Prehistoria del Departamento de Ciencias Históricas de la UMA, José Suárez, que lidera un equipo internacional en el que participan un centenar de voluntarios e investigadores del CSIC y de universidades andaluzas e internacionales, como la de Chicago (Estados Unidos) y Marburgo (Alemania). Además, el proyecto está subvencionado por la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía y cuenta con el apoyo del Ayuntamiento de Málaga y la Fundación Málaga.
Los trabajos arqueológicos de la última campaña de investigación, que acaba de concluir, han confirmado la entidad de los restos de la que sería una auténtica ciudad fenicia del siglo VII a.C. localizada en la bahía de Málaga, poniendo de manifiesto que se trata de uno de los yacimientos de este periodo mejor conservados del Mediterráneo occidental y con mayor potencial para el estudio de este fenómeno de expansión colonial en la península ibérica.
Parte del yacimiento malagueño en la que se están realizando los trabajos de investigación
En concreto, se han distinguido dos fases arquitectónicas de este periodo que mantienen un buen estado de conservación de las estructuras. Las de la segunda mitad del siglo VII a.C. destacan por estar construidas con potentes zócalos de piedra local que superan más de un metro de altura, con suelos fabricados con barro y grava.
Calles y edificios de esta época, con más de una decena de estancias, han quedado al descubierto, quedando de manifiesto cómo este nuevo proyecto urbanístico subió la cota de los suelos de la fase previa de forma considerable, previsiblemente, para evitar la afección supuesta por las inundaciones del cercano río Guadalhorce.
Asimismo, los investigadores han constatado el buen estado de conservación del interior de alguna de las estancias de la primera fase (primera mitad del siglo VII a.C.), en las que han aparecido una serie de grandes ánforas completas, conservadas 'in situ', apoyadas contra las paredes de barro.
En el extremo más occidental de la isla se ha identificado parte de un horno de producción alfarera con sus testares (depósitos con restos de cerámica desechada o defectuosa, en particular, ánforas y otras vasijas de gran formato) que pueden fecharse a finales del siglo VI a.C. Se trata de un hallazgo de gran relevancia para la historia del yacimiento, ya que evidencia la práctica continuidad de la ocupación del sitio en época fenicio-púnica, insistiendo en la importancia de la dedicación del sitio a la producción de objetos cerámicos.
Otra de las piezas de valor que ha aparecido es una pequeña cabeza femenina de terracota en las proximidades del lugar donde se descubrieron en la campaña anterior restos de un ungüentario y una jarrita. Los investigadores tienen la hipótesis de que podían formar parte de una ofrenda como parte de las prácticas de culto en este entorno en momentos ya avanzados del siglo III a.C.