Solo profeso una religión. Y es muy sencilla: hasta que no haya ni un solo ser humano que sufra por enfermedad curable en cualquier parte del planeta; hasta que no exista ni un solo ser humano que muera de inanición; hasta que no pise la Tierra cualquier ser humano que padezca por algo que no ha de padecer ni la mayoría padece, tanto en el tercer mundo como en el "primero"; hasta que la equidad sea realmente mundial; hasta que los ricos sepan que pudieron haber nacido pobres; hasta que nadie tema a la muerte; hasta entonces, mi religión no me dejará tranquilo. Y, cuando eso llegue, creo firmemente que todos veremos a Dios. Esta es mi religión. En negrita lo puedo poner, pero no más claro. Es lo que llamo ser chamán natural, aparte de mi oficio de columnista —lo preciso para comer— y los negocios.
Sentirme como soy desde que nací: cosmochamán, o sea, saber que me asemejo a cualquier otro ser humano, que nadie es más que nadie y que el universo me cobija a mí tanto como a cualquiera... y a los animales (los compañeros de ese otro reino olvidado). Soy rey. Rey de la religión más humana, más auténtica y más natural del mundo: la de la vida. Alguien que cuida, dentro de sus posibilidades, en mi ámbito, de que todo gire mejor y en el mismo sentido que la bondad del universo. ¿El universo es amistoso? Albert Einstein diría que sí. Lo es. La amplitud y generosidad telúricas, aquí mismo, en este hogar que nos cobija hoy a más de siete mil millones de seres humanos, es infinita, inabarcable. Por eso el mal solo puede hacer de las suyas si le dejamos. Y por eso soy lo que soy. Esta es mi religión, para quien no lo sabía. Lo cuento en Navidad porque es la festividad más abarcadora del mundo. Y de esto se trata: de la mundialidad del género humano al completo; no unos pocos elegidos, no. La verdad es que 2014 ha sido un año bonito en lo personal, fantástico. Pero para el mundo aún falta mucho: ¡casi todo! Este humilde articulista vaticinó el 2022: la locura del nuevo orden mundial o, a la contra, la justicia.
Sentirme como soy desde que nací: cosmochamán, o sea, saber que me asemejo a cualquier otro ser humano, que nadie es más que nadie y que el universo me cobija a mí tanto como a cualquiera... y a los animales (los compañeros de ese otro reino olvidado). Soy rey. Rey de la religión más humana, más auténtica y más natural del mundo: la de la vida. Alguien que cuida, dentro de sus posibilidades, en mi ámbito, de que todo gire mejor y en el mismo sentido que la bondad del universo. ¿El universo es amistoso? Albert Einstein diría que sí. Lo es. La amplitud y generosidad telúricas, aquí mismo, en este hogar que nos cobija hoy a más de siete mil millones de seres humanos, es infinita, inabarcable. Por eso el mal solo puede hacer de las suyas si le dejamos. Y por eso soy lo que soy. Esta es mi religión, para quien no lo sabía. Lo cuento en Navidad porque es la festividad más abarcadora del mundo. Y de esto se trata: de la mundialidad del género humano al completo; no unos pocos elegidos, no. La verdad es que 2014 ha sido un año bonito en lo personal, fantástico. Pero para el mundo aún falta mucho: ¡casi todo! Este humilde articulista vaticinó el 2022: la locura del nuevo orden mundial o, a la contra, la justicia.