SUBLIME SIEMPRE y, desde luego, en estas fechas entrañables por antonomasia que se avecinan. El silencio coadyuva en la realización del sueño personal de la excelencia en el sentir. Hay lugares que necesariamente te implican en este guión y te ofrecen la fortaleza vital y probablemente también la
nostalgia positiva para estar en la vida más a gusto que un niño con zapatos
nuevos.
Si te integras en los mismos espacios de la vasta piel de toro nacional, compruebas que te invade una paz especial, que la vida crece por doquier y que la belleza se encuentra en todas partes: en un bosque más o menos encantado, en un pueblo de venerables piedras, en un rincón del mediterráneo, en una montañita nevada o contemplando el curso de un río. Notas como la vida se abre paso con genio, con una fuerza proverbial. Soy un cosmopolita irremediable.
A pesar de que nuestra existencia a veces está amenazada, podemos aprender a vivir con un instinto felino —a mí me otorga un plus intenso de supervivencia— que te hace runrunear por la vida y ser libre con tus querencias. La paz interior se puede describir como una gatita: ese ser travieso que no quiere dejarse atrapar. Ni manosear. Si vas detrás de ella con ahínco se escabulle y te rehúye. Pero si respiras tranquilamente y vives sereno, viene a enredarse entre tus manos, a dormirse con placidez entre tus quehaceres. Pero a los gatos también nos encasillan en ocasiones o nos vapulean sin piedad el corazón. Al igual que ellos, me muestro entonces fugitivo y —escaldados— la misma agua tibia evitamos, siéndonos difícil volver a confiar... en el ser humano.
Cuando nos han engañado o traicionado somos un mar de dudas. ¿Quién no? Quizá sea la diferencia más notable con los perros. Quienes sabemos conservar nuestro niño interior descubrimos que la maldad se da más por ignorancia que por el afán de ser malvados a posta. Y evitamos mejor que el mal gane terreno. Hoy que tanto ofrece la sociedad a los niños, que les otorga tantos derechos, tantos medios, tantos avances, objetos y hasta exagerados caprichos, hay, sin embargo, más de tres millones de ellos, en España, que carecen de lo más básico e, incluso, de recursos para su nutrición. Por ello este humilde servidor trata de ir más allá de lo establecido, más allá de la caridad, palabra teñida de tristeza, a pesar de ser una virtud teologal en la religión cristiana. La caridad bien entendida empieza por cambiar el mundo de forma radical.
Si te integras en los mismos espacios de la vasta piel de toro nacional, compruebas que te invade una paz especial, que la vida crece por doquier y que la belleza se encuentra en todas partes: en un bosque más o menos encantado, en un pueblo de venerables piedras, en un rincón del mediterráneo, en una montañita nevada o contemplando el curso de un río. Notas como la vida se abre paso con genio, con una fuerza proverbial. Soy un cosmopolita irremediable.
A pesar de que nuestra existencia a veces está amenazada, podemos aprender a vivir con un instinto felino —a mí me otorga un plus intenso de supervivencia— que te hace runrunear por la vida y ser libre con tus querencias. La paz interior se puede describir como una gatita: ese ser travieso que no quiere dejarse atrapar. Ni manosear. Si vas detrás de ella con ahínco se escabulle y te rehúye. Pero si respiras tranquilamente y vives sereno, viene a enredarse entre tus manos, a dormirse con placidez entre tus quehaceres. Pero a los gatos también nos encasillan en ocasiones o nos vapulean sin piedad el corazón. Al igual que ellos, me muestro entonces fugitivo y —escaldados— la misma agua tibia evitamos, siéndonos difícil volver a confiar... en el ser humano.
Cuando nos han engañado o traicionado somos un mar de dudas. ¿Quién no? Quizá sea la diferencia más notable con los perros. Quienes sabemos conservar nuestro niño interior descubrimos que la maldad se da más por ignorancia que por el afán de ser malvados a posta. Y evitamos mejor que el mal gane terreno. Hoy que tanto ofrece la sociedad a los niños, que les otorga tantos derechos, tantos medios, tantos avances, objetos y hasta exagerados caprichos, hay, sin embargo, más de tres millones de ellos, en España, que carecen de lo más básico e, incluso, de recursos para su nutrición. Por ello este humilde servidor trata de ir más allá de lo establecido, más allá de la caridad, palabra teñida de tristeza, a pesar de ser una virtud teologal en la religión cristiana. La caridad bien entendida empieza por cambiar el mundo de forma radical.