En el municipio guipuzcoano de Azpeitia se encuentra el Museo Vasco del Ferrocarril, una de las más importantes colecciones ferroviarias de Europa, con locomotoras de vapor, diésel y eléctricas que han sido recuperadas de cocheras de FEVE, Renfe, Eusko Tren e incluso de chatarrerías.
En la primera planta del edificio pueden contemplarse los uniformes utilizados por el personal que manejaba las máquinas; y en el segundo piso, una de las mejores muestras de relojería del mundo. "Cuando nació el tren, la gente no vivía al segundo como ahora, miraban la ubicación del sol o escuchaban las campanas para conocer qué hora era; al ver que el tren llegaba a una hora precisa, esto impulsó la creación del reloj", explica Juanjo Olaizola, director del museo.
En el edificio contiguo a la subcentral de tracción, los visitantes pueden ver los complejos sistemas de transformación y rectificación de la energía usados por el Ferrocarril del Urola desde 1925.
Sin embargo, la gran atracción para los turistas es la excursión en un verdadero tren a vapor que organiza el museo, permitiendo disfrutar los mejores paisajes de Euskadi.
Una de las piezas de la colección del museo
Este viaje se realiza desde Semana Santa hasta el puente de Todos los Santos usando la histórica locomotora Aurrera, construida a fines del siglo XIX, más específicamente en 1898, por la compañía inglesa Nasmyth & Wilson para el ferrocarril de Elgoibar a San Sebastián. La locomotora arrastra un convoy con vagones del tipo C-2, C-4 y TC-52: los dos primeros son de 1925 y, aunque fueron fabricados en el pueblo vasco de Beasain, tienen un aspecto muy norteamericano, con su carrocería e interior de madera y dos plataformas abiertas en los extremos para simplificar el acceso a los asientos. El tercer vagón es de 1944 y su carrocería es metálica.
Durante el recorrido, que va de la estación de Azpeitia a la de Lasao, se contemplan los impresionantes paisajes del valle del Urola, potenciados por la experiencia única e irrepetible de montar un verdadero tren a vapor como el que usaban nuestros abuelos.
Meterse en uno de sus vagones antes de que suene el silbato de salida y acomodarse en sus amplios asientos de madera es como viajar en el tiempo y sentirse, al menos por un día, parte de un antiguo western de Sergio Leone como "Erase una vez en el oeste" (¿quién puede olvidar la escena de inicio de esta película que comienza, precisamente, en una estación de trenes, con Charles Bronson tocando su armónica?).
Son diez kilómetros de trayecto de ida y vuelta que se recorren en una hora, donde se atraviesa un túnel de 225 metros de longitud y un puente sobre el río Urola de 40 metros, rodeados por montes (siempre verdes, gracias a las abundantes lluvias de la región), plantaciones frutales y huertas.
Olaizola remarca la oportunidad única que ofrece este viaje que no puede realizarse en ningún otro lugar del mundo: "Ese traqueteo por los raíles antiguos, el meneo de las suspensiones y la carbonilla que se respira... Si algo teníamos claro es que el tren no ha nacido como una obra de arte, no sirve para contemplarlo, ha nacido para que viajemos".
Para hacer el recorrido, la locomotora necesita 120 kilos de carbón que llegan en barco desde Colombia, ya que en Europa no se consigue el tamaño de grano necesario para este tipo de caldera a vapor.
Además, por si no fuera suficiente con el viaje, el Museo ofrece a los visitantes la oportunidad de ser "fogoneros por un día": los interesados reciben la formación y el equipamiento necesario para aprender cómo poner en funcionamiento la locomotora.
¿Qué más se puede pedir?