HUBO UNA época en la historia de la humanidad en la que los hijos parecían condenados a seguir los pasos de sus progenitores, tanto en el ámbito laboral como cultural. Así, el vástago de un señor feudal tenía el cien por cien de posibilidades de ser nombrado caballero de alguna orden que no haría sino reafirmar la posición de poder; su herencia. El engendrado de un siervo de la gleba no podía escapar a ser siervo, y sus hijos y los hijos de sus hijos. Una estructura social con tantos años de existencia como tiempo necesario para combatirla, aunque sería muy difícil hablar de erradicación.
De fuentes avezadas, sabemos que hoy por hoy la mejor forma de encontrar trabajo es a través de los contactos. Internet en este sentido es más bien un maremágnum, casi una lotería. Las relaciones e influencias sociales siguen siendo claves en la promoción profesional. La lucha por la dignidad laboral lleva aparejada, además de fuerte dosis de lazos amistosos, económicos y sociales, también una notoria carga política, por mucho que se diga. Las nuevas formaciones colocarán antes a sus simpatizantes que a los demás. A nadie se le escapa que los nuevos cargos políticos hacen desaparecer todos los puestos de confianza anteriores ocupados por sus afines. La realidad cotidiana nos muestra que en ese sentido seguimos igual, que los aspirantes a un puesto de trabajo encuentran las puertas abiertas si su color es el adecuado. Lamentable.
Esto es algo que también debe cambiar, que nadie lo diese por hecho y fraguado. A pocos se les escapa la realidad de que, aún en superioridad de condiciones, los más perjudicados serán aquellos que carecen de vinculación política. Ahora bien, quienes alcancen una buena colocación desde su independencia suelen ser los mejores; y con el premio de una alta remuneración. Pero la generalidad vive en una retícula donde se desecha todo aquello que haga sombra a los intereses partidistas.
Me gustaría ver en esta nueva era de progreso a más profesionales que acceden al trabajo sin pasar por conexiones de ningún tipo, sin enchufismo ni nepotismo. Será prueba de avance real para creer en la modernidad.
De fuentes avezadas, sabemos que hoy por hoy la mejor forma de encontrar trabajo es a través de los contactos. Internet en este sentido es más bien un maremágnum, casi una lotería. Las relaciones e influencias sociales siguen siendo claves en la promoción profesional. La lucha por la dignidad laboral lleva aparejada, además de fuerte dosis de lazos amistosos, económicos y sociales, también una notoria carga política, por mucho que se diga. Las nuevas formaciones colocarán antes a sus simpatizantes que a los demás. A nadie se le escapa que los nuevos cargos políticos hacen desaparecer todos los puestos de confianza anteriores ocupados por sus afines. La realidad cotidiana nos muestra que en ese sentido seguimos igual, que los aspirantes a un puesto de trabajo encuentran las puertas abiertas si su color es el adecuado. Lamentable.
Esto es algo que también debe cambiar, que nadie lo diese por hecho y fraguado. A pocos se les escapa la realidad de que, aún en superioridad de condiciones, los más perjudicados serán aquellos que carecen de vinculación política. Ahora bien, quienes alcancen una buena colocación desde su independencia suelen ser los mejores; y con el premio de una alta remuneración. Pero la generalidad vive en una retícula donde se desecha todo aquello que haga sombra a los intereses partidistas.
Me gustaría ver en esta nueva era de progreso a más profesionales que acceden al trabajo sin pasar por conexiones de ningún tipo, sin enchufismo ni nepotismo. Será prueba de avance real para creer en la modernidad.