LA PRIMAVERA ha venido y nadie sabe cómo ha sido, cantaba Antonio Machado. Y, efectivamente, en toda España se está notando su presencia, su repentina calidez. Los enamorados pasean, las mujeres empiezan a lucir de forma más espléndida sus encantos y, en general, se alteran para bien la amoristad, la sangre y los sueños. Es la época de los poetas que reparten versos como regalos; como si fueran ricos, dilapidan su fortuna con cada aplauso, no les cuesta ser generosos. Los poetas son como hermanos. Los hermanos suelen compartir o combatir juntos. Puedes tú también sentirte hermoso, que te plaguen de honor y descubras que puedes disfrutar de la poesía de otros seres. Sentir, también, que algo tuyo se podría entremezclar en la sangre del mismo vivir diario es un triunfo que te deseo. Tal como te expresas es tal como vives, y la sangre lingüística que nos une desde tiempos atávicos o el susurro de una voz creativa o la fuerza poética natural —que nace y se renueva cada día— serán aún más efectivas, si estamos unidos. Eres una persona grandiosa, si te esfuerzas. En la proximidad y en la distancia, porque sabemos cómo hacer brotar el sentido de unidad que tanto necesitamos en el mundo. Cada ser humano es igual a mí mismo y puede ser pupila en mi castillo, pero también mi llave maestra, mi portavoz en su zona, en su nación; somos pura poesía pero también esencia y fortaleza. La fuerza de la unión, del entendimiento global. A esa esencia dedico lo que llamo amoristad. Seamos ricos por algo. Parece un mensaje críptico, pero te describo la primavera o la poesía nada más. Si te sueño yo, ¿seguro que salimos intactos? Te llevaría entonces en mi mente y en mi corazón para lo que precisases. Es un cántico maravilloso la primavera, y esta ha sido la manera que se me ha ocurrido de recibirla este año para otorgar a quien lea esta columna todo un aluvión de dicha y de suerte. Un deseo para mis lectores: que la vida les sonría y que esta primavera sea especial, que nos entendamos mejor los unos a los otros. Creo que desearlo es la primera piedra para que venga todo lo demás; reconocer nuestras almas y reverenciarlas, bañarnos en el respeto mutuo.
BALCÓN GLOBAL
Juan Carlos YAGO |
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