LA PASCUA nos han hecho, les han hecho a las víctimas de Bruselas, a las del accidente de autobús en Tarragona y a la pléyade de refugiados que buscan el calor de Europa y mueren en silencio. Asesinatos, accidentes y enfermedades; la muerte inunda esta Semana Santa de forma vírica y viral. Quéjate tú ahora de tu constipado o de tu amnesia.
Uno se ha purgado en los infiernos a veces y, también, ha compartido la miel gloriosa del bienestar. Le pillaron en un lapsus de esta miscelánea a Jesucristo, quien para Jean Paul Sartre no fue más que un condenado por agitador político, por activista. Sin embargo, lo que animaba sus pasos era el milagro de vivir, ese que hace que, en cuanto te levantas, des gracias por mantenerte en pie y seguir; por conservar las fuerzas para contarlo. Y, si las tienes para eso, asimismo para casi todo lo demás.
Estamos en pie los que estamos. Soy uno de ellos, firme y convencido de la vida, porque mientras exista, hay esperanza. El quid reside en que siendo de lo peor, uno puede ser de lo mejor igual de fácil o difícil. Condeno la perversión pero no aniquilo al perverso. Cualquiera de nosotros es un asesino en potencia; discrepo en dividir el mundo en buenos y malos. En la vida vamos sorteando los momentos denigrantes, y sublimando los gratos: esta es la auténtica habilidad de ser humano y del ser humano.
Preservar la especie es la meta que puede mantenernos con vida. Siempre hay que tener una finalidad importante para alcanzar una eterna juventud o, al menos, una perdurabilidad; alcanzar una vejez saludable.
Tras esta Semana Santa cruórica y especialmente macabra, sepan que soy más espía que nunca de ustedes; que les escucho y tomo notas, que me introduzco entre ustedes y me disuelvo como en mi adorada mar para sentirme esta gota feliz, con todas sus angustias y sus gozos; que así me libero de la pesadumbre de lo más miserable de todos nosotros.
Esta es la savia de estos celebrados días: la sabiduría de sobrevivir gracias al chip hedonista: el placer y el dolor de un permanente orgasmo.
Uno se ha purgado en los infiernos a veces y, también, ha compartido la miel gloriosa del bienestar. Le pillaron en un lapsus de esta miscelánea a Jesucristo, quien para Jean Paul Sartre no fue más que un condenado por agitador político, por activista. Sin embargo, lo que animaba sus pasos era el milagro de vivir, ese que hace que, en cuanto te levantas, des gracias por mantenerte en pie y seguir; por conservar las fuerzas para contarlo. Y, si las tienes para eso, asimismo para casi todo lo demás.
Estamos en pie los que estamos. Soy uno de ellos, firme y convencido de la vida, porque mientras exista, hay esperanza. El quid reside en que siendo de lo peor, uno puede ser de lo mejor igual de fácil o difícil. Condeno la perversión pero no aniquilo al perverso. Cualquiera de nosotros es un asesino en potencia; discrepo en dividir el mundo en buenos y malos. En la vida vamos sorteando los momentos denigrantes, y sublimando los gratos: esta es la auténtica habilidad de ser humano y del ser humano.
Preservar la especie es la meta que puede mantenernos con vida. Siempre hay que tener una finalidad importante para alcanzar una eterna juventud o, al menos, una perdurabilidad; alcanzar una vejez saludable.
Tras esta Semana Santa cruórica y especialmente macabra, sepan que soy más espía que nunca de ustedes; que les escucho y tomo notas, que me introduzco entre ustedes y me disuelvo como en mi adorada mar para sentirme esta gota feliz, con todas sus angustias y sus gozos; que así me libero de la pesadumbre de lo más miserable de todos nosotros.
Esta es la savia de estos celebrados días: la sabiduría de sobrevivir gracias al chip hedonista: el placer y el dolor de un permanente orgasmo.