La forma en que los científicos llaman a los seres vivos no es algo que suela generar controversia. Los nombres de las especies están regulados por los llamados códigos de nomenclatura, que se encargan de mantener una comunicación científica inequívoca entre culturas y generaciones. Se trata de uno de los pocos sistemas de comunicación verdaderamente universales; en el ámbito de la biología una misma especie recibe un único nombre, independientemente del país o cultura desde el que se la mencione. Los sistemas nomenclaturales han estado en vigor desde hace más de 200 años, permitiendo un avance sin precedente en el conocimiento de la biodiversidad.
Sin embargo, en los últimos años ha surgido una polémica en torno a la posible carga ética de los nombres de las especies. Existe un movimiento que propone revisar estos nombres para identificar y evaluar casos considerados "inapropiados" desde la perspectiva de la llamada justicia social. Así, por ejemplo, el término "caffer" (cafre) y sus derivados, que se han convertido en un insulto racista en Sudáfrica, ha motivado peticiones para renombrar casi 200 especies de plantas que lo contienen, como por ejemplo Erythrina caffra. Otros casos son especies dedicadas a investigadores europeos, que examinados bajo el prisma cultural actual podrían considerarse frutos del sesgo colonialista occidental. Un ejemplo es Magnolia, con muchas especies tropicales y que está dedicado al botánico francés Pierre Magnol.
Decenas de artículos ya han sido publicados denunciando estos supuestos desequilibrios heredados y proponiendo diversas soluciones para enmendarlos.
¿Cómo se crean los nombres de las especies en biología?
Las especies se nombran en biología utilizando dos términos: género y especie. En el caso del ser humano, Homo sapiens; en el del gato; Felis catus; o en el de la lechuga, Lactuca sativa. Este sistema permite que hablantes de distintos idiomas sepan con precisión a qué organismo se hace referencia en cada momento. Se trata de una convención que data de 1753 y que se ha mantenido vigente hasta la actualidad por su practicidad, pese a repetidos intentos de sustituirse por otros sistemas de códigos numéricos e iniciativas similares.
La asignación de un nombre a una especie se basa en un principio muy simple: la primera persona que procede a describirla es quien asigna ese nombre. Es lo que se denomina en biología prioridad nomenclatural. De nuevo se trata de otra convención práctica. Aunque, a día de hoy es raro, en el pasado, cuando la comunicación no era tan fluida como en la actualidad, era común que una misma especie fuera descrita como nueva por distintos biólogos de diferentes partes del mundo. Habitualmente esto ocurría porque quienes hacían las descripciones posteriores no sabían que la especie ya había recibido un nombre. Para poder decidir quién retenía el derecho a nombrar una especie se decidió recurrir al más simple y objetivo de los principios: mero orden de llegada.
El papel de la nomenclatura biológica es la comunicación científica
Como consecuencia de la polémica generada en torno al contenido moral de la nomenclatura biológica, un amplio grupo de investigadores españoles, liderados por Pedro Jiménez Mejías, de la Universidad Pablo de Olavide (UPO) de Sevilla, y Saúl Manzano, de la Universidad de León, con la participación de científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Real Jardín Botánico (RJB), acaban de publicar un artículo en la revista BioScience.
En este trabajo los autores adoptan una perspectiva muy diferente a la de la mayoría de artículos que monopolizan el debate. Defienden que la función de la nomenclatura biológica es la comunicación científica, no reparar el desequilibrio social, y que este tipo de problemas deben ser abordados por otras vías. Aunque reconocen que esta revisión de aspectos éticos parece bienintencionada, los investigadores argumentan que tales propuestas pasan por alto la diversidad cultural de nuestro planeta y no consideran que el bien pretendido puede no compensar el potencial daño que acabe causando.
"De buenas intenciones está el Infierno lleno", señala el investigador de la UPO Pedro Jiménez Mejías, autor principal del artículo. Y añade que, "al querer reformar el sistema nomenclatural biológico revisando nombres creados en el pasado bajo premisas de justicia social como la entendemos hoy en día y desde Occidente, se crean multitud de nuevos conflictos; entre otros, abrimos la ventana a que en el futuro lo que hoy se considera adecuado sea visto con otros ojos y entremos en un proceso interminable de revisión".
Y se pregunta el investigador que, a la hora de renombrar especies descritas por autores en el pasado, "¿quién tiene el derecho a crear los nuevos nombres? ¿damos prioridad a unas culturas sobre otras? Y a la hora de elegir qué especies renombrar, ¿qué es lo apropiado y bajo qué prisma cultural? Si un ser vivo está dedicado a un personaje que es un villano en una cultura, pero un héroe en otra, ¿a quién atendemos a la hora de aplicar la censura? Aunque hay algún caso donde la decisión es blanco sobre negro, la mayor parte de las veces resultará en una pantanosa escala de grises", concluye.